Llena de heridas

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Te sentí equivocado. Y, sin embargo, no dejé de intentarte. Supongo que de eso va amar: el deseo de que el otro sea el indicado para ti, aunque sus rosas estén equivocadas de jardín. Y de estación. Y de… No lo sé. Cuando te vi, pensé: eres el amor de mi vida. Mientras la vida me decía: el es la vida de tu herida. No entendí nada. No hice preguntas. Silencio. Dejé que el tiempo barriese el polvo que otros dejaron en mis escombros. Me sonreías y yo había encontrado el calor que te dan las sonrisas cuando al final te das cuenta de que no es un mal día lo que has tenido, sino una mala vida. Y, justo al final del baile, te has dado cuenta de que no había nadie ahí para decirte: mira, lo que yo quiero es hacer que esta noche olvides tu nombre y hasta de que existen, encima nuestro, estrellas que tiritan al ritmo de un corazón roto. Estoy aquí para que te des cuenta de que no estás solo, ¡mírame! Esto es lo que quiero hacer contigo. 

Y que te bese por un largo tiempo. Olvidándote de todo. Tal como prometió. Pero no. No había nadie. Nadie que te salvara. No existía una historia que quisiese escribirse contigo. Nadie que te llenara la cara de sonrisas bonitas, sólo de lágrimas imposibles. De noches en las que te la pasas preguntando el porqué de las cosas y el cómo llegar y el con quién hacerlo.

Chico lindo. El mi te lo dejo para ti. Te quiero libre, porque desde el principio te supe equivocada. El amor de mi vida. La razón de mis buenos días y también de los malos. La saliva sobre mis heridas. El atardecer que hace que apague todos los recuerdos y empiece a soñar con ser alguien. Alguien a quien amen con la misma intensidad con la que se muere una estrella. El querer llegar lejos junto a alguien. No mirar hacia atrás, sino que me sonrías al lado. La vida de mi herida. Tarde comprendí:
Hay personas que vienen a hacerte feliz, a tal punto de que tú rías lleno de heridas. Haciéndote olvidar de que te hicieron daño, de que aún sangras. Esas personas son la antesala de la eternidad.

—Amor, llegué demasiado tarde. ¿Me perdonas? —Le supliqué.
—Entra por una de mis grietas —y me dirigió hacia su corazón—. Espero no te incomode tanto golpe.

Y ambos reímos.
Y ambos entendimos la vida.

Pensamientos de AmbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora