Capítulo 31

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Abril

El viaje a España fue menos pesado de lo que me imaginaba, quizás fue
debido a que una pareja de abuelitas muy simpáticas se sentaron junto
a mí y me estuvieron hablando de sus nietos pequeños todo el camino.

Por fin había decidido que viajaría a casa a ver a mi padre, apenas
serían un par de días, pero en cuanto puse un pie en tierras españolas
supe que había merecido la pena el viaje. Había echado de menos la
calidez del país.

La casa en la que había pasado gran parte de mi infancia seguía igual,
apartada del resto de urbanizaciones y adornada con el único sonido de
los pájaros o las risas de los que vivían allí. Nuestra casa era
siempre el lugar de las reuniones familiares, ya que contábamos con
espacio de sobra para toda la familia y con un gran jardín donde nos
sobraba espacio para jugar al fútbol entre los primos. Recuerdo que
también teníamos unos establos con un par de potros, aunque acabamos
regalándoselos a uno de los vecinos, que vivía al menos a cinco
minutos andando, porque costaba mucho más mantener a los caballos que a los perros. No es necesario decir que ese mismo año me regalaron una
perrita marrón para compensar la pérdida de mis amigos equinos.

Esa perrita marrón que ya contaba con cantidad de años a sus espaldas
fue la que con más alegría me recibió al llegar a casa.

-¡¿Y lo que he echado yo de menos a la perra más bonita de todo el
mundo?!- exclamé agachándome para poder acariciarla.

La aludida solo hacía mover su cola de un lado a otro a gran velocidad
y lamer cada parte de mi piel que no estaba cubierta por la ropa. Poco
después, y exhausta por el entusiasmo dio media vuelta y se encaminó
hacia casa.

Vi que mi padre sacaba la maleta del coche y la cargaba a peso por el
camino de grava que conducía hasta la puerta principal de la casa.

-Papá, no tengo doce años. Puedo llevar yo la maleta, además, no vayas
a hacerte daño.

Mi padre no frenó su caminar y me miró alzando las cejas.

-No estoy tan mayor como crees. Déjame consentir a la única hija que
tengo.- me respondió.

Decidí no discutir con él.
Alcé las manos en señal de disculpa.

-Está bien, como quieras.

Dentro, todo seguía más o menos como lo recordaba. Algunos muebles sehabían modernizado y gracias a Dios Marta había decidido cambiar el
color de las cortinas.

-¿Fue muy duro deshacerse de las cortinas amarillas?- pregunté sonriente.

Mi padre siempre había sido un fanático del color amarillo, así que
cuando años atrás su nueva pareja le propuso poner unas cortinas
amarillas en el salón principal de la casa no se lo pensó dos veces.
Por suerte Marta era una mujer inteligente que aprendía de sus
errores.

-No hace gracia.- me advirtió.- Pero he de reconocer que éstas cortinas
quedan mejor.

-Te dije que Marta tenía buen gusto.

-Eso ya lo sé. Me tiene como pareja.

Alcé las cejas ante la respuesta de mi padre y solté una pequeña risa
que él coreó.

Hasta entonces no me percaté de que solo estábamos mi señor padre, la
perrita Canela y yo en la casa.

-¿Dónde está Marta?- inquirí.

-Ha ido a comprar algo para estos días, no es lo mismo alimentar dos
bocas que tres.- explicó.- Ya sabes dónde está tu habitación, así que
ve deshaciendo la maleta mientras tanto.

¿Me guardas un secreto?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora