3. Ajilayis

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Sofía mantenía los ojos cerrados esperando despertar de aquella locura, seguramente seguía en el parque dormida por que vamos ¿pastos azules? ¿árboles de cristal? ¿hombres montando aves de cuatro patas, magos y un planeta distante? ¡Qué locura!

—¿Sofía? Ya estamos llegando.

Escuchó una voz femenina que no reconoció al principio por lo que abrió los ojos confundida notando las sacudidas leves del carruaje donde estaban, reconoció al hombre de cabello negro largo que la salvó dos veces, su piel bronceada y pequeños ojos dorados le daban un aspecto muy serio y estricto, pero lo que más le llamó la atención fue la extraña túnica negra con guantes y botas azules hasta las rodillas que usaba.

—¿Te sientes mejor?

La mujer que le había dado la capa estaba sentada a su lado mirándola amablemente, llevaba unos extraños lentes circulares en la cabeza y tenía el cabello marrón oscuro atado a una cola de caballo, su rostro y sus ojos eran iguales a los del hombre por lo que supuso que eran familiares.

Sofía asintió mientras miraba disimuladamente la ropa de la mujer que consistía en un pantalón verde con botas negras hasta los tobillos y una camisa a botones del mismo color, pero lo que llamó su atención era el cinturón con dos extrañas pistolas plateadas que tenía.

—Lamento molestarte, linda.—se disculpó Ilia.—Pero no puedo evitar querer preguntarte cosas.

—Eres libre de contestar o no.—bufó Ailos.—A mi hermana le falta tacto con la gente.

Sofía asintió mientras miraba por la ventana el paisaje nocturno.

—¿Eh?-algo en el cielo le llamó la atención.—Hay...dos lunas.

—¡Oh! Es cierto, en tu planeta sólo hay una.—mencionó la mujer.—La más grande se llama Tueim y la más pequeña se llama Tas, según una leyenda son los Dioses que dieron vida a nuestro mundo.

—...Entonces, esto no puede ser un sueño.—miró el cielo iluminado por pequeñas estrellas y dos lunas, una dorada como el oro y otra azul como el mar.— No hay manera de que pueda imaginar algo así.

—....¿Cómo dijiste que te llamabas?—le preguntó Ailos.

—Sofía Yukine.

—Escucha Sofía, este mundo es real, tal vez demasiado para tu gusto.—dijo seriamente.—Tal vez te parezca una locura porque en tu mundo no hay nada de esto, espero que comprendas la situación y tengas mucho cuidado mientras estés aquí.

—Si señor.—estaba muy cansada como para replicar.

Ella no tenía la culpa de acabar aquí y no entendía nada ¿Cómo acabó en este mundo de locos? No se parecía nada a los libros de chicos que entraban a otro mundo y son elegidos o héroes de leyendas, primero la perseguían y luego la arrastraban a un juicio del cual no entendía nada de lo que decían.

Sacudió su cabeza y tomó la mochila que estaba a sus pies buscando su teléfono, no le sorprendió que estuviera sin señal aunque lo que le extrañó era que mostraba una fecha distinta.

—¡OH! ¿Eso es un cekular?—preguntó Ilia emocionada antes de mirar a su hermano.—¡Ailos! Con ese aparato los humanos se comunican y hablan por horas.—luego miró a Sofía.— ¿Funciona? ¿Puedo verlo?

—Ah, claro.—respondió extrañada.—Es un celular, pero creo que no funciona.—se lo pasó a la mujer quien lo tomó como si se tratara de un objeto muy valioso.

Su cabeza estaba hecha un lío y lleno de preguntas ¿Qué pasará con ella? ¿Qué pensarán sus padres al ver que no había llegado a casa? ¿Qué hacía allí? Su mala suerte empeoraba todavía más y eso si era un logro considerando que no paraban de molestarla.

Proreita. Crónicas de una Tierra MágicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora