3era parte

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—La Tere quiere hablar con vos —me dijo Josué mientras comíamos.

Eran las ocho de la mañana y desayunábamos en los bares de la Facultad de Humanidades. Mi celular lo había dejado sobre la mesa.

—¿Ideay, ahora sos Correos de Nicaragua? Tiene mi número de cel, y puede buscarme.

—No sé, tal vez quiere volver con vos.

—No, gracias. Solo es ponerme pretextos para todo y se malea si me voy a beber. ¡Clase paja! No va, ni quiere que yo vaya. Está loca. Además es celosa terrible y las puteadas que me da cuando me mira con alguna de las chavalas son descomunales, sobre todo si me ve con la Rubí.

—Vos solo locas te buscás.

—No me las busco, me las hallo.

Terminé de comer y me levanté a cancelar los dos servicios de comida.

—¡Prix! —me gritó.

—Qué.

—Te mandaron un chat —me dijo mientras apuntaba mi celular.

—Mirá quién es y contestá.

—Dice Señora Robinson.

—A pues, dejá, yo contesto.

A las nueve me tocaba tutoría y, si ella quería verme, debíamos coordinar la hora.

—Nos vemos al rato —me dijo Josué.

—A mediodía estoy libre.

—Dale, yo compro los almuerzos. O las cervezas.

—Las dos opciones me gustan —le dije sin verlo.

«Buenos días, ¿digame en qué puedo servirle?», le escribí.

Me llamó.

—Te invito a desayunar.

—Qué lástima, acabo de hacerlo, pues en una hora voy a tutoría.

—Hummm. Si vas a estar ocupado, ¿qué te parece si nos vemos a las tres, así de paso conozco tu aposento?

—Dale, después de mediodía estoy libre. Decime el lugar.

—Que sea frente a tu casa.


***

Fundeci es un laberinto, por eso me gusta. También porque tiene cerca la Facultad, el internado y por supuesto, los bares y las dos gasolineras, «La Zona Rosa de los Internos».

Después de almuerzo le cancelé la salida a Josué. Le dije que tenía que salir. Ni modo, se iría a beber con los demás parranderos.

Renata llegó minutos antes de las tres, dejó el carro frente a la casa.

—Metelo —le dije mientras abría el portón.

Así lo hizo.

Era bellísimo verla andar con sus lentes oscuros, brazalete, reloj, aretes y su cartera en la mano.

Levantó una ceja y sonrió al verme. Me dio un beso.

—Buenas tardes —me dijo.

—Buenas tardes —repetí.

Entró e inspeccionó toda la casa.

—No está nada mal —dijo mientras se colocaba los lentes sobre la cabeza.

Miró el cartel que puse en la puerta del cuarto: «La Habitación del Tiempo». Se rio.

—¿Y este rótulo? ¿Te gusta la ciencia ficción?

—No, me gusta Dragon Ball Z.

—Ahh, olvidé que todavía te gustan los dibujitos.

—Más respeto, no son dibujitos, es ánime.

—Lo que sea, pensé que eras más serio.

—Soy tan serio como una prueba de VIH.

Se acercó a la cama y la palpó.

—No está mal. Ojalá mantengás el orden.

—Trataré.

Se sentó y empezó a desvestirse.


                                                                                     ***

Josué me llamó.

—Prix, prestame el cuarto, me urge.

—Maje, son casi las diez de la noche y lo estoy ocupando. No puedo.

—Maje, me urge, después resolvemos. O te invito a beber más tarde.

—¿Es que no entendés?

Renata reía al verme negándome a prestar la casa.

—Prestaselo —me dijo.

—Dale pues. Pero venite ya.

—Ok, llego en cinco minutos.

—¿Nos tomamos una cerveza? —me preguntó Renata.

—Me parece buena idea —le dije.

—Esperame, voy al baño y nos vamos. ¿Nos vamos en el carro?

—No, esperemos que venga Josué y lo sacamos de una sola vez.

La moto de Josué dejó de roncar frente a la casa. Solo la luz del baño y el cuarto estaban encendidas, por eso no pude verle la cara a quien lo acompañaba.

Pasó por el portón pequeño tomado de la mano de su novia.

—Buenas noches —me dijo ella.

Los dos estaban borrachos.

—Gracias, maje. Luego hablamos.

—Quiero ir al baño —dijo ella.

—Calma, está ocupado.

Le di la llave a él y me quedé con la del portón.

—Tomá, te espero en El Bimbo cuando terminés. Metete al cuarto, y cuando salga mi visita vas al baño.

—Dale. Pero que se apure, pues mi jaña también quiere ir al baño.

Renata salió.

—¿Nos vamos?

—Sí.

—¿Tu amigo piensa llegar?

—Eso espero, si no vengo por la llave en dos horas.

Josué no llegó. Llamó para decirme que la llave la había dejado debajo de un ladrillo y se había ido a dejar a su «novia».

La PerseguidoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora