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No puedo creer si quiera un poco las cosas que han pasado, ¿Cómo fue que empezó?, ni siquiera lo recuerdo, solo sé que me siento estúpidamente bien por eso. Y si, llego el momento de ser honesta conmigo misma, me gusta Daniel, es obvio que siento algo por él, pero ni siquiera yo misma puedo entender que es, quizá solo es una simple atracción temporal, o quizás no. Aun así, ¿Qué más da? Deseo averiguarlo, deseo más de aquello que sentí.

Al día siguiente me encuentro sola de nuevo en la gran y casi desértica cafetería, aún es temprano, y solo pocas personas están aquí junto conmigo restándole importancia a mi estadía y a la suya propia. Casi siempre suelo salir antes que todos de la clase de bilogía los martes, por razones que podrían resultar fáciles de comprender las actividades, casi siempre teóricas de nuestra profesora son fáciles de resolver, tanto así que mucha gente se lo toma con demasiada calma, a tal grado que siempre salen hasta que el timbre con su irritante pero a la vez tan satisfactorio sonido anuncia el final de cada hora de condena en nuestra bella y rutinaria prisión. ¿Qué por qué no estoy comiendo aun? Digamos que la política de este comedor se basa en dejarlo todo hasta que las filas de alumnos esperando por un almuerzo nada sabroso se vuelven interminables. Sobre todo si es jueves, como hoy, y la encargada de atender a casi todos es Peggy, una exasperante mujer de al menos treinta años que parece que este y otros empleos similares son lo único que ha sostenido su vida de soltera. Su tono de voz es agudo y nasal con cada palabra que pronuncia... creo que el puesto de tacos de aquel día es mil veces mejor que la cafetería. Escucho por fuera del ensordecedor ruido de mis auriculares como alguien más entra en la cafetería. Igual que siempre, parece que viene solo, el nuevo estudiante de nuestro humilde basurero. Un tal Andrew no sé qué. Parece que ya sabe los estándares de la cafetería, de modo que en lugar de acercarse inútilmente a la barra rogando a Peggy por algo de combustible mal preparado elige una de las mesas más apartadas de la vista de la gente. Parece que hoy luce algo diferente, y no es para menos, estos malditos cambios climáticos nada naturales hacen que casi no se pueda sentir el frio de la nieve, claramente escasa, tanto así que muchas personas prefieren embutir sus enormes abrigos que sus preocupadas madres los obligan a cargar en sus casilleros, mientras el clima sea tan insoportable.

Normalmente solía verlo con mucha ropa negra, cubierto de pies a cabeza, pero hoy claramente no lo ha soportado. Usa una camiseta deshilachada de KISS sin mangas, que hace un buen juego con sus jeans negros igualmente desgastados que casi parecen grises y un par de converse totalmente negros. Es un sujeto de aspecto varonil, ojos azul grisáceo, piel blanca y brazos delgados cubiertos de, espera ¿Tatuajes?

No puedo evitar examinar sus brazos con detenimiento, sin percatarme si mi mirada sobre él es discreta o no. Puedo distinguir con claridad que de entre el fondo negro de su brazo izquierdo simulando ser humo resalta el logo de la banda Misfits, además de una cruz invertida y lo que parece ser un corazón al estilo de la vieja escuela con el nombre de Juliet. De pronto, el recuerdo llega con claridad a mi mente; aquella noche, después de que alguien me hubiese ofrecido su brazo amable para levantarme solo vi esos mismos tatuajes. Sus tatuajes.

Cuando por fin caigo en la cuenta de la situación en la que me encuentro, levanto la vista más rápido de lo que me gustaría admitir y noto, no sin sentir vergüenza, que su mirada de complicidad me está enfocando con una muy leve sonrisa, sin mostrar sus dientes. Hace un leve saludo de mano en el aire y se levanta de su mesa en el momento exacto en el que el timbre anuncia el inicio del almuerzo, para ser el primero en la fila. En pocos segundos la cafetería se empieza a abarrotar de gente. Chicas hablando de lo terrible que son sus novios en la cama y chicos hablando de lo bestias que son.

Sin pensármelo dos veces decido que tengo que hablar con él, sino puedo hablar, al menos agradecerle por haberme salvado la vida en aquella ocasión. Me encamino a prisa rumbo a la fila antes de que más gente me retenga esperando por el almuerzo, y, para cuando llego, él ya está sentado de nuevo en su mesa. Es una suerte que Daniel haya faltado, porque quizá la plática con este sujeto sea un tanto larga, quizá no. Por fin el almuerzo ha cambiado en algo, hay más vegetales para comer y menos carne. Igual no es que la gente de aquí prepare las cosas con total cuidado y mucho menos eficiencia, hubo una ocasión en la que una de mis compañeras en la clase de gimnasia salió corriendo al baño a vomitar. La enfermera concluyo que fue a causa de la carne mal cocida de una hamburguesa. Cuando logro salir de la fila, me concentro en buscar al tal Andrew, pero para mi asombro, al mirar alrededor, no hay ni rastro de él en toda la cafetería.

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