Capítulo 8

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Capítulo 8

—Brid, Bridget… despierta —insistió Annie, sacudiéndola del hombro.

Bridget parpadeó y despegó la mejilla del escritorio, miró a la ventana y descubrió que Midas, uno de los satélites naturales de Eloah, ya no estaba a la vista, lo que quería decir que se había quedado dormida por lo menos una hora.

—¿Qué pasa? —preguntó con voz pastosa.

Annie retiró el ProCom y los objetos desperdigados sobre la mesa para apoyar su peso en el borde, junto a ella. 

—¿Terminaste con eso? —preguntó cabeceando hacia el montón de minúsculos discos de cuarzo que resplandecían con fluorescencia bajo la luz de la lámpara. Eran los que le había dado William para que analizara las holograbaciones de audiencias en la sala del trono. 

Todavía medio dormida, Bridget se preguntó si Annie se refería a que si había concluido las tres semanas de castigo, durante las cuales tenía que realizar ese trabajo o… 

—Me faltan tres días.

—Sí, pero… ¿ya terminaste los que tenías que hacer hoy?

—Ah, sí.

Bridget restregó su oreja. A raíz de la infección de oído, a veces escuchaba un eco. Lo curioso era que solamente ocurría cuando estaba cerca de una mujer. Otras veces… Mejor alejarse, o le provocaría un dolor de cabeza.

Se puso en pie y se dejó caer en la cama de Annie, que era la más próxima. 

—¿Por qué la pregunta? —murmuró entre bostezos.

—Tenemos una invitación a cenar o algo así.

Bridget se desperezó y volvió a sentarse.

—¿Tengo que ir?

—Eso me temo. 

—De acuerdo. 

Fue al guardarropa con desgano. Desde niña tenía sus pertenencias desperdigadas entre la casa de su familia adoptiva y los aposentos reales donde dormía los fines de semana. Pero a raíz de su forzosa convalecencia ya no había vuelto a subir por el camino secreto, luego no encontraría un modo de explicar su ausencia si recibía una visita inesperada. 

En un rincón encontró un vestido rojo enlodado por la parte trasera; la delantera solamente tenía dos huellas grandes a la altura del pecho.

Qué hallazgo tan curioso. Annie no le había comentado sobre algún incidente donde estuviera involucrado el goldulp del muchacho Blasterier, porque era obvio que se trataba del mismo, considerando la semejanza con las huellas que quedaron en el suyo, tras lo del lago. Se lo preguntaría en otra ocasión.

—¿Puedes… podrías ayudarme con el cabello, Ann? —le preguntó mientras se cambiaba.

—Vale, está bien.

«¿Lo digo? Mejor no…» creyó escuchar Bridget, aunque no la vio mover los labios. Con un estremecimiento, se dijo que era producto de su imaginación.

Casi gustosa, Annie aplicó sus habilidades para embellecer el cabello rebelde y rizado de la princesa. Casi. Guardaba una verdad incómoda que más valía sacar de una vez:

—Mamá me preguntó esta tarde sobre la carrera que me gustaría estudiar.

Bridget se quedó helada mirándola a través del espejo.

«¿Tú también?», pensó Bridget. Apenas la tarde anterior Paty había anunciado algo similar. No podía decidirse entre Cirugía y Psiquiatría, era de las pocas personas que Bridget conocía con un espíritu de servicio innato y la consigna de ayudar al ser, en su cuerpo o en su mente.

—Le respondí que Sociología —dijo Annie a media voz—. Ya sabes cuánto me gusta todo lo relacionado con las sociedades extra planetarias.

—Pero… 

—En la Universidad de Eneviah.

«En la ciudad del mismo nombre», aclaró Bridget mentalmente. De nuevo había escuchado el eco.

—Y ella…

—Dijo que está bien, que le parecía una buena elección. Que… que me inscribiría para el ciclo de invierno. Ya he cumplido los nueve y William puede certificar que estoy lista.

—¡El ciclo de invierno! Es muy pronto, ¿no?

—Dentro de veinticinco días, para ser exactos. La mayoría de las universidades comienzan el periodo por las mismas fechas, días más, días menos.

—Pero…

—Y luego ella dijo que quizá pronto viajemos a la casa de la abuela —agregó Annie, antes de que pudiera seguir cuestionándola acerca de la premura del cambio.

—¿Viajemos? ¿Yo también? 

«No, tú no» escuchó a la voz imaginaria; la real dijo:

—Es todo lo que sé.

Con un golpecito en el hombro, Annie le indicó a Bridget que había terminado con la trenza y salieron a la estancia, al encuentro de sus padres.

Bridget sabía que a los nueve beltas los hijos de los residentes partían a las diferentes universidades, no obstante, había pensado que alguna excepción tenía que hacerse con respecto a Annie y Paty. Lo único que tenía claro era que sus verdaderos padres preferirían mantenerla en el palacio; ella, como heredera, tendría que recibir educación especial y privada; si enviaban a Annie y a Paty a la Universidad y a ella no, se les caería el teatro. Mientras caminaba hacia la puerta, un nudo se formó en su garganta, ¿iba a separarse de su hermana? No podía ser verdad, su madre seguramente lo negaría cuando se lo preguntara.

***

Potenkiah, la piedra de la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora