—Aguarde aquí, señorita —le indicó el oficial de la guardia. En seguida se retiró.
Bridget avanzó unos pasos y observó su entorno. La infoteca, tan poco frecuentada por ella, tenía un techo abovedado de treinta metros de altura, sostenido por gruesos pilares. Las paredes lucían cubiertas de estanterías de madera repletas de cristales de almacenaje electrónico, mientras que en el espacio central podía observarse una infinidad de libreros que ostentaban reliquias impresas; a los costados de cada librero había mesas de estudio con sus terminales de búsqueda y sillones flotantes, y al fondo cubículos privados protegidos con metaglass a prueba de sonido, cada uno equipado con un sillón, un escritorio y una pantalla virtual.
Bridget se preguntó para qué la habría citado William en ese lugar. De los cinco días de reposo moderado indicados por el médico a raíz de su desmayo restaban dos, pero Bridget se había esmerado en sus deberes, que le hizo llegar puntualmente por conducto de Annie. Acaso, ¿la prevendría sobre algún cambio en las clases o querría hablarle de los exámenes que había dejado pendientes a causa de sus ausencias?
Aunque el reposo era aburrido, tampoco le apetecía volver al aula de clases. Annie y Paty le habían informado sobre los comentarios que su desvanecimiento suscitó entre las alumnas a pesar de que lo ocurrido a Paty desvió en parte la atención, diluyendo su protagonismo. No solo la habían convertido en el dato curioso de la semana, ¡la devoraron! —en el sentido figurado de la palabra—, y no se detuvieron hasta que usaron sus restos de mondadientes.
Por otra parte, durante sus días de convalecencia, sus compañeras de equipo de debate se habían dedicado a perder sistemáticamente frente al poderío del oponente conformado por Annie, Paty y Tiffany, de manera que, al volver, Bridget encontraría una desventaja abismal en los puntajes del concurso, imposible de salvar. Y la injusta derrota sería frustrante.
Un dato curioso: William no la había visitado mientras convalecía. Aunque Bridget se devanaba los sesos buscando la enseñanza que el viejo pretendía con esa reacción, si es que había alguna. Solamente concluyó que: a) no acudir al doctor y dejar pasar el tiempo cuando presentaba un malestar podía resultar contraproducente; b)tomar objetos sin permiso era más peligroso de lo que parecía; y c) mejor era un momento de humillación que cinco días sufriendo los excesivos cuidados de Daphne Britter, si conllevaban los celos de Annie. Pero todo esto ya lo sabía desde antes. No así lo importante de incorporar a su ropa múltiples bolsillos discretos con cierre para llevar su ProCom y un bocadillo con alto contenido calórico en caso de emergencias.
Lo que le preocupaba era la conducta de Paty. Desde el día de su desmayo la miraba con recelo, aunque había optado por no expresar en voz alta lo que estuviera incomodándola. Tampoco había dicho nada sobre el incidente del balcón, acerca del cual los adultos todavía debatían en privado.
Dio unos pasos más y escuchó un murmullo: una voz masculina que escupía palabras incompresibles. Como no quería inmiscuirse otra vez en asuntos que no le concernían, tomó el primer libro que encontró, buscó un asiento lo más apartado que pudo y se sentó a hojearlo.
—Se acabó. Confórmate con que no te quite la pensión económica y no te desconozca. Irás a Startos, y es mi última palabra —escuchó de repente. Supo, en ese momento que eran Terriuce y su padre, de nuevo.
«¿Es mi destino enterarme de los pormenores de su vida?», protestó en su fuero interno.
—Y cumplirás un castigo. Mira que tener que disculparme ante la reina porque mi hijo y su estúpido cachorro molestaron a una de las hijas de los Britter.
—¿Qué? —replicó el muchacho.
«¿Qué?», se preguntó Bridget a su vez.
—No me interrumpas. Menos mal que no pasó a mayores. Para que lo sepas, la suya es una de las familias más importantes del planeta, tanto como la que te dio el apellido —bramó el padre—. Oh, ya viene el sabio William, compórtate.
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Potenkiah, la piedra de la muerte
Bilim KurguLas Piedras Sagradas fueron el origen y el fin de todo. Su impacto en la superficie de Eloah provocó una explosión radioactiva. Las especies sobrevivientes experimentaron una inevitable mutación. Así fue la génesis de los eloahnos, que en la lengua...