Capítulo 1 | Las agujetas

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Elizabeth Ferrer caminaba tranquilamente por los pasillos, completamente ajena a la pelea que estaba provocándose en el aula de biología, o al olor a panecillos que había despertado el interés de los alumnos en su hora de descanso.

Estaba realmente estresada. El examen de la clase anterior había estado realmente difícil. La física no era su fuerte, pero tampoco era una ciencia que le diese muchos problemas.

Mientras caminaba con rumbo a su casillero, tropezó con sus agujetas, que estaban desabrochadas. Maldijo por lo bajo, debió hacerle caso a su padre y abrocharlas antes de salir de casa. Pero no había tenido tiempo, el autobús estaba por dejarla. Y se negaba a venir a pie al instituto.

Para comprobar que nadie la había visto, giro su cabeza lentamente a su lado izquierdo; por suerte el capitán del equipo de fútbol no la había visto, estaba demasiado ocupado analizando el escote de la profesora Lobato.

Ahora a su izquierda; Marta Soler estaba  intentando tapar sus imperfecciones, y no parecía haberse percatado de lo sucedido. Genial, pensó Beth. Hasta que escucho aquella risa sonora que podía hacer congelar a cualquier alumno del instituto, la estruendosa risa de Abott. Megan Abott.

La señorita Abott era un enorme torbellino de problemas. No era la chica más guapa, pero sin duda la más llamativa. "La porrista maravilla, la estrella que brilla entre la basura espacial de esta galaxia." —o al menos eso afirmaba la entrenadora Vendrell durante cada entrenamiento. 

Abbot nunca está sola. Siempre está con alguno de los chicos de algún club deportivo o alguna porrista de voz chillona. Como la mayoría de las porristas, al caminar desprende un aroma a vainilla, que según los chicos del colegio, te hechiza por completo. Eso a Beth le parecía una completa tontería, sabía que para formar parte de una de las actividades del colegio debías cumplir ciertos requisitos, pero jamás imaginó que entre ellos, a las porristas del instituto Edalvel, se les ordenarse que tuviesen aroma a vainilla. Todas usaban el mismo perfume. Lo que significaba para Beth el mismo dolor de cabeza cada día. No creía que en los campeonatos regionales, en vez de tomar en cuenta la altura de sus altos y vueltas, los jueces considerasen darles puntos de más por el perfume que llevan. Pero tampoco es que supiese mucho del tema, lo ignoraba completamente, y estaba bien así.

Sus pasos resonaban por el pasillo. En ese momento para Beth, todo había dejado de existir. Megan Abott la había visto tropezarse.

Peor aún, ¡se había reído! Y ese era un motivo suficiente para que los alumnos dejarán de lado sus actividades, y en vez de ello, concentrarse en lo que había provocado el regocijo de Megan Abott.

Las miradas se centraban en el espectáculo. Eric Martorell había dejado de apreciar las cualidades de la profesora Lobato, y en lugar de ello, pudo contemplar el espectáculo. Marta Soler, de sexto grado, había dejado su ceja derecha sin arreglar para atender a lo que sucedía. Megan Abbot había encontrado una nueva víctima. Una frágil. Podía notarse el nerviosismo en los ojos marrones de Beth. Su barbilla estaba tensa y sus manos sudaban. Pero, a diferencia de los otros, los ojos de Beth, aunque temblorosos, miraban directamente a los de Megan. Ella no apartaba su mirada. Jamás.

—Tu nombre es Elizabeth. Elizabeth Ferrer, ¿cierto? —pregunta Megan al llegar a donde Beth se encuentra, arrastrando cada palabra, como si disfrutara cada instante. Hoy sus labios van de un color rojo cereza, justo como el tono de la mochila de Beth.

Beth asiente con la cabeza, aún sin desviar la mirada. Sigue en el suelo, sus rodillas están pegadas al piso y sus manos sudorosas lo están también. El aroma a vainilla de Megan la marea y quiere salir corriendo de ahí, pero algo se lo impide, su cuerpo parece estar congelado.

Con amor, Megara.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora