III - n

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No, yo había sido muy feliz con Álvaro a mi lado. Por más que ya no estuviese a mi lado, no quería que no me recordase y yo si a él. Podía seguir viviendo con las burlas, como lo venía haciendo desde hacía mucho.

Agarré las tazas y subí las escaleras. Sofía me esperaba, comiéndose un pedazo de pan tostado– ¿Entonces?

–No quiero cambiar todo lo que pasó con Álvaro –le tendí una de las tazas.

–Me parece bien –ella agarró la taza roja que le ofrecía, y le dio un sorbo a su café–. ¿Recuerdas cómo lo conociste?

–Unos días después de lo que pasó en la fiesta, cuando caminaba por los pasillos –me perdí en los recuerdos, en los cuales chicos me seguían gritándome cosas–. Algunos me perseguían, y él llegó de la nada. Se paró en frente de mí, y con un par de insultos, todos se fueron corriendo –sonreí–. Se presentó, y me enamoré.

–Me gustaban como pareja –sonrió Sofía.

–Yo lo amaba –suspiré, con un hilo de voz.

–Ya, deja de pensar en eso –miró el diario, que descansaba sobre mi escritorio–. ¿Por qué conseguiste esos poderes?

Olvidé los ojos verdes y la sonrisa encantadora de Álvaro, guardándolo en una parte de mi corazón–Creo que los poderes siempre estuvieron en ese cuaderno, pero no lo supe hasta ahora. Escribí algo que no había pasado realmente y volví al pasado, donde ocurrió todo lo que escribí.

–Es genial –ella miró el techo con una sonrisa–. ¿Vamos a volver a usar esos poderes?

Levanté mi remera, viendo una cicatriz en mi vientre. Iba de lado a lado, y yo la odiaba–Seguramente –dije, en tono lúgubre, bajando mi remera de nuevo.

–Nunca me contaste cómo te hiciste esa cicatriz –Sofía le dio otro sorbo al café, sin sacar su mirada de mis ojos.

Estaba por poner una excusa, cuando unos golpes sonaron en mi puerta– ¡Lydia! –era la voz de mi madre–. ¿Con quién hablas? Sabes que odio que venga gente a nuestra casa.

–Mierda –susurré, y mi amiga se levantó de la silla, alarmada. Con el corazón latiendo a toda prisa, miré a mi alrededor. ¿Dónde podría esconderse la rubia?

– ¡Lydia! –volvió a gritar mi madre. Trató de abrir la puerta, pero le había puesto traba–. ¡Ábreme!

– ¡Estoy cambiándome! –dije, asustada.

Miré a mi alrededor, y los golpes sonaban cada vez más fuertes. ¿Dónde podía meterse mi amiga para que mi mamá no la viera? ¿Debajo de la cama o en el armario?

- Si eliges el armario, pasa al capítulo III – o

- Si eliges debajo de la cama, pasa al capítulo III - p

Saltos en el TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora