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– ¡Rápido! ¡Escóndete en la cama! –agarré el brazo de Sofía y la arrastré hasta allí. Se tiró al piso y rodo debajo del colchón, quedando oculta por las sabanas que la tapaban.

Corrí hasta la puerta, que parecía que la iban a tirar, y le saque la traba. Abrí lentamente, con una sonrisa. Los ojos enfadados de mi madre chocaron con los míos– ¿Quién estaba contigo? –me empujó a un lado, pasando a mi habitación.

–Nadie, mamá –intentando sonar tranquila, la seguí.

Ella miró al armario, que tenía la puerta entreabierta, y lo abrió–Esta todo desordenado –gruñó y se dio vuelta, mirándome–. ¿O es que alguien se esconde acá? –revolvió entre las camperas, sin encontrar a nadie.

–En serio, estoy sola –sonreí, aliviada porque ella no había encontrado a mi amiga.

–Bien –gruñó, mirando alrededor. Detuvo su mirada en el escritorio–. ¿Por qué hay dos tazas?

–Porque tomé dos cafés –me encogí de hombros.

–Sólo puedes tomar uno por día –salió de mi habitación, y se fue por el pasillo. De mal humor, cerré la puerta con traba.

–Perdón, no me di cuenta lo de la taza –susurró Sofía, saliendo de debajo de la cama y comenzando a vestirse–. Creo que es mejor si me voy.

–No importa –me encogí de hombros.

–No está bien –unos minutos más tarde, ya estaba vestida y con una mochila en los hombros–, voy a hablar de esto con mi mamá.

–No va a cambiar, está convencida en hacerme la vida una mierda. Sólo porque el hombre que ella amaba la abandono cuando estaba embarazada –reflexioné por unos segundos–. Además, si le dices, ella va a saber que estuviste acá.

–Todo va a mejorar –Sofía me dio un beso en la mejilla, despidiéndose e ignorando lo que dije, y fue hasta la ventana. De a poco, se deslizó por las ramas que llegaban hasta donde ella estaba y bajó por el tronco. Habíamos practicado eso muchas veces, cuando nos aburríamos.

De mal humor, crucé mi habitación a zancadas y abrí el diario. Escribí lo que había pasado ese día, y me acosté en mi cama, con la vista fija en el techo.

Podría cambiar el pasado y esconder la taza también, pero no tenía ganas.

Sin darme cuenta, me dormí.

- Pasa al capítulo IV - c

Saltos en el TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora