Capítulo 1

170 13 0
                                    

“El camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones”

-Anónimo.

“You have never seen nothing like it

No, never in your life

like going up to heaven

and then coming back alive.

Let me tell you all about it

if the world wills so allow it”

-”The march of the black queen”, Queen

Capítulo 1: Una familia promedio

Su apellido no es importante. En ningún sentido. Entre sus portadores jamás hubo un artista destacado en ninguna de las múltiples áreas que ofrece la humanidad, y mucho menos un doctor cuyo accidente la historia guarde tierna memoria. Eran más bien de esos millones y millones de nombres en el mundo que forman al público común, idos tan fácilmente como aparecieron. Gente de bien, decentes, muchas veces egoístas pero no al punto obvio en que genere una instantánea antipatía, sino el egoísmo hogareño, estrecho, que sencillamente no ve razón para ver más allá de su propia cerca a menos que necesite una nueva capa de pintura. Podrían haber sido el relleno de cualquier ciudad, un relleno quizá necesario pero imperceptible.

La ciudad tampoco es digna de mucha introducción. A ciertos de sus habitantes les gusta recordar que una vez fueron parte “la madre de las ciudades”, tan o más importante que la potente Buenos Aires, pero ese ya era un dato casi meramente anecdótico, apenas una frase o dos en un libro de historia y cada vez más olvidada en las celebraciones patrias. Por lo tanto, nombrarla es una pérdida de espacio en la que se prefiere no incurrir.

El tipo de perfil justo que ellos estaban buscando.

Pese a lo mucho que a las películas, novelas y otros medios le gusta hacer alarde de la sordidez que infesta las calles de esos sitios que, apenas aludidos, traen a la mente del lector común un ambiente y una atmósfera específica, consideraban que operar allí habría sido digno del mayor necio. Lo último que les hacía falta era recibir reconocimiento por su labor. Nadie más debía conocerla. Como una sociedad secreta sobre la que un ocioso gustaba de especular, desde el inicio ellos tuvieron claro que el camino de la discreción y el sigilo era el único plausible.

Esa fue la razón por la que demoraron tanto en dar con la familia.

No podía ser aquella con la hija fiestera que llegaba tarde incluso los días de semana y salía con distintos amigos los fines de semana. Amigos que notarían su ausencia. Tampoco esa del chico que practicaba futbol en un club deportivo y se llevaba bien con el entrenador. Un hombre que vería muy extraña una falta injustificada. Desde luego eran impensables las de padres voluntariosos en diferentes actividades por la ciudad, maestros, doctores, policías o incluso dentistas. Demasiada gente dependiendo de su constante presencia.

En su caso, ella era secretaria en una escuela pública necesitada de una mejora y él un profesor-escritor que no realizaba ninguna de las dos actividades en un largo tiempo. Los niños eran igual de prescindibles: de caracteres apacibles, olvidables, no conseguían sobresalir en ningún grupo. No hacían berrinches en público. No gritaban por atención. No hacían travesuras que luego uno rememoraría con remordimiento. Jugaban acorde a las reglas y no protestaban cuando otros la rompían. Seguían a los líderes. Casi ni parecían niños, pero sin duda pegaba con sus progenitores.

Lo único que les hizo dudar fue su aspecto. Eran preciosas, hermosas criaturas de pieles blancas y cabello negro puro, mirando el mundo y sus misterios con unos grandes ojos verdes capaces de embelesar a quien los viera por primera vez. Pero apenas pasaba el tiempo, apenas uno se acostumbraba a la lindura, eran lo mismo que estatuas o un bonito cuadro en la pared. La facilidad para describirlos podía arreglarse igual de sencillo.

La marcha de la reina negraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora