Bonus: El regalo de Navidad

218 2 1
                                    

El regalo de Navidad

Cada dos semanas el orfanato San Pablo organizaba una salida grupal. Era una medida relativamente nueva que les había impuesto el Ministerio competente y ahora se veían obligados dos empleados a vigilar a más de una docena de niños entusiasmados con el prospecto de su primer viaje turístico.

Se suponía que estaban en fila esperando al tren que los llevaría a dar una vuelta por el parque, pero incluso si insistían en que se tomaran de las manos y se estuvieran quietos alguno siempre se salía de la línea y no volvía hasta que un adulto se hubiera desgarrado la garganta. El calor del verano y la cercanía de las fiestas navideñas eran ambos conspiradores para la anormal cantidad de gente que andaba paseando por la plaza. Entre ellos y aquellos que venían por su propia voluntad, la fila era casi tan larga como la calle.

Cuando finalmente el tren rojo cumplió con su horario y apareció, llevando a todos los niños a un trance contemplativo de los personajes animados que pasaban con él, la encargada mayor les ordenó a los gritos a los niños de que se tomaran las manos para subir. El otro encargado los fue contando de dos en dos, a pesar de que sabía que eran un número impar. Faltaban cinco. Mientras los padres subían a sus niños, él buscó por sobre las cabezas y entre los pechos a una cabeza colorada que estaba seguro no haber visto. Cuando falló en dar con ella entró en el vehículo y le mandó a su compañera decirle al conductor que esperara un rato. Le respondieron que se apurara o se iban a quedar atrás.

El hombre pensó en la insoportable inconveniencia que había sido tener que llegar hasta ahí y en cuánto preferiría estar en su oficina con aire acondicionado en lugar de quedarse cuidando a un montón de rezagados. Automáticamente maldijo al colo, sólo porque era la única identidad clara que tenía como culpable de esa nueva molestia.

Menos mal que no le tomó mucho tiempo. Estaba cerca de la estatua de San Martín y los otros cuatro formaban un grupo cerrado a su alrededor. Estos últimos eran de los mayores, tanto cronológica como físicamente, y el segundo más alto se reía por algo que el niño de rostro tan rojizo como su cabello había dicho. No tenía nada de nuevo esa escena.

-¡Che! –los llamó-. ¡Dejen de tontear y muévanse! ¡El tren ya se está por ir!

-Vamos –dijo uno de los chicos mayores.

El que se riera se inclinó a decirle algo al colo, pero todos siguieron su marcha y aceptaron tomarse de las manos al entrar. Una vez adentro ocuparon los únicos asientos disponibles. Mientras el hombre se iba al frente para informarle al conductor de que ya estaba todo en orden, el colo se quedó al lado de un niño de tres años encima del regazo de su madre, haciendo saber al mundo que tenía unos excelentes pulmones y además estaba en medio de una rabieta.

El colo, al que todos llamaban colo por defecto y Manuel cuando lo regañaban, quería que la tierra lo tragara y no lo escupiera hasta que fuera lo bastante grande para no importarle lo que esos brutos decían. Incluso a sus escasos ocho años de edad ya tenía una idea bastante clara de su inteligencia respecto a la de otros. Al menos cuando estos se concentraban tanto en perseguirlo para hacerlo caer a pura zancadillas y luego burlarse de lo bruto que era.

El colo miró la nuca del hombre que los había traído, el mismo que se encargaba de las cuentas en el orfanato y había visto varias veces a los chicos rodearle, pero no había dicho nada. ¿Le importaba alguno de ellos? ¿O era de verdad tan imbécil que no se daba cuenta de que como adulto debería estar diciendo algo? Al menos el tipo antes de él, el señor Martínez, decía algo del tipo “no peleen”, pero este ni siquiera se tomaba esa molestia. Le gustaba el señor Martínez. Incluso lo enviaba a la enfermería para pedir nuevas curitas, mientras a este veía sus rodillas, manos o codos raspados sin pronunciar una sola palabra al respecto. Exactamente igual a las mujeres. Lo odiaba.

La marcha de la reina negraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora