Capítulo 4: La reina negra

48 6 2
                                    

Here comes the Black Queen, poking in the pile

Fie-fo the Black Queen, marching sigle file.

Take this, take that.

Bring them down to size.

Capítulo 4: La reina negra

Las familias con dinero obligatoriamente debían sucumbir a ciertas extravagancias. Ordenar un ataúd de diseño clásico y especialmente ancho para la humanidad de uno de sus miembros era pan de todos los días. Olvidarse de semejante pedido y cancelar el servicio funerario en pleno proceso de organización por haber conseguido un lote en un cementerio más exclusivo de Buenos Aires, tampoco resultaba nada extraordinario. Gente joven y rica, encima. Ningún misterio.

Tomás, sin embargo, esperó porque alguien viniera a retirar esa enorme cosa que no tuvo otro lugar donde esperar que no fuera su propio hogar. Una llamada de los jóvenes que le habían pagado en primer lugar para empezar a preparar el terreno y la placa, para luego limitarse a decirle que ya no les hacía falta. ¿Como que ya no les hacía falta? ¿Y qué pasaba entonces con lo hecho? “Puede quedárselo si quiere. Nos conseguimos otro sitio.” Por lo menos el dinero extra que le enviaron para cubrir las molestias cayó bien, como cualquier dinero, pero le seguía pareciendo increíble.

El ataúd era inmenso, hecho a medidas de un señor dueño de una compañía de celulares, cuyo colesterol malo no fue la causa de su muerte, como tanto se esperaba, sino un tiroteo imprevisto cuando él sólo paseaba por el centro. En parte esa fue la razón porque la familia se apresurara tanto en marcharse de la provincia. Si eso los asustaba, pensaba Tomás, dentro de nada también abandonarían la Argentina. Más o menos les entendía, no iba a decir que no, pero iba más allá de su simpatía comprender el desapego. La caoba pulida y brillante era un placer absoluto para los dedos que quisieran pasearse encima de ella. Las agarraderas de plata a los costados le agregaban una categoría especial y un aura de irrealidad, como si hubiera salido de un catálogo de antigüedades donde la primera cifra para pujar le costaría todos los órganos. ¿Y qué decir del suave relleno de seda blanca, tanto para el fondo como para la tapa y los costados del interior, sino que nunca en su vida había tenido una cama de semejante calidad?

A los dueños originales les daba igual. Tenían otro mejor. El señor que les había hecho el trabajo era de otro sitio, no recordaba si Italia o España, y no debía hacerle falta un pedido rechazado porque él tampoco se hizo cargo de recogerlo. A lo mejor él también había recibido su propia comisión por los inconvenientes. Como sea que fuera, en los dos años y medio que estuvo en la habitación desocupada del segundo piso, sólo se dedicó a acumular polvo encima de su hermosa superficie. Tomás ni siquiera se atrevía a tocarlo por miedo a que lo rayara, le cayera algo o cualquier evento que pudiera reducir la impresionante calidad de la última cama.

Al cabo de un tiempo naturalmente ya se había olvidado de todo el asunto. Tenía otras cosas importantes que requerían su atención. La niña que encontró durmiendo encima del futuro descanso eterno de una madre accidentada en la ruta, por ejemplo. Una gran distracción que se acabaría volviendo una casi obsesión con el paso del tiempo. La gran parte de sus sueños, conscientes e inconscientes, sus visiones del futuro e ideas del pasado se verían irremediablemente afectadas por ese encuentro fortuito.

Estaba bien vestida en el sentido de que se veía que la ropa era nueva, pero iba sucia y desaliñada. Sacarle información sobre su anterior paradero, dirección, nombres, número de teléfono, cualquier cosa que indicara una familia y un hogar, fueron tan inútiles como pedírselos a un chino en el supermercado. Lo único que supo esa noche fue que ella se llamaba Valentina, tenía 6 años y no quería hablar de dónde había sacado el vestido.

-¿Por qué no?

La niña mordisqueó la galleta salada que le había dado (su único acompañamiento durante la merienda de la tarde) durante un rato más largo del necesario. Tomás esperó sentado en frente de ella. Por fin la pequeña tragó, lo miró con esos grandes ojos y dijo que tenía sed. Le dio agua. Después de un rato seguía sin obtener nada. Entonces algo en su manera de comer, lenta y metódicamente, como racionando cada mordida, consiguió hacerle entender.

La marcha de la reina negraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora