Capítulo 8: La marcha

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“I reign with my left hand I rule with my right

I’m lord of all darkness I’m queen of the night

I’ve got the power”

Queen

Capítulo 8: La marcha

La placa grabada decía Beltrán. Al final de dos nombres con fechas de por lo menos treinta años de diferencia y una que sólo tenía seis años, el Beltrán sumaba un factor común entre el trío de decesos. Los restos de una familia incinerada pero muerta antes de llegar a ese estado. La niña había sido la peor. Ninguno pudo tener un ataúd abierto durante el velatorio final.

Pedro contempló la extensión del césped verde por el cual había corrido, caminado y jugado gran parte de su vida. Las veces en las que sus propios manos estuvieron rastrillando hojas para ayudar a los jardineros mientras Tomás preparaba una merienda en casa. La propia torre seguía en pie, pero ahora era un mero almacén de instrumentos puesto que el nuevo guardián prefería venir desde su casa para trabajar. A las cuatro de la madrugada de un día lunes no tenía motivos para aparecerse todavía, razón por la cual sólo eran ellos dos bajo un cielo indeciso entre la noche y la mañana. Pedro pensó que ellos habían estado todo ese tiempo, que les había pasado cientos, miles de veces, y ni una sola vez se había enterado. Ni siquiera Tomás antes de morir había podido saberlo.

-Mis abuelos habían muerto –comentó, recordando-. No tenía tíos. ¿Quién arregló para que fueran enterrados aquí?

Kross volvió a guardarse un reloj de oro en el bolsillo de su pecho. Las amplias hombreras blancas en su traje rojo lo hacían ver como la caricatura de un sargento, pero en conjunto asemejaba a la de un maestro de ceremonias. Completaba el atuendo un bastón con apoyadera de calavera plateada, con el cual se daba de golpecitos en la suela de sus botas agudas. Pedro mismo vestía una versión parecida, pero menos ostentosa y donde primaba el azul oscuro. El demonio le había vestido personalmente y bajo su signo de aprobación Pedro estaba empezando a recuperar la satisfacción consigo mismo, cada vez más difícil de encontrar desde que empezara a vivir privado del sucedáneo de la personalidad de su hermana. Volvía a tener un punto de apoyo y ahora se le hacía más necesario, pues ahora se trataba de él mismo sin defensas.

-Hasta donde sé, era algo que habían preparado de antemano. Por si las moscas, supongo. Del asunto en sí se encargó un amigo de tu padre que luego se mudó a Buenos Aires. Hubo intentos por buscarte, pero no tengo que decirte que eso jamás dio ningún fruto. Y luego dicen que este lugar es tan chico que todo mundo se conoce. Al cabo de un año otros chicos habían desaparecido o muerto y sus padres pudieron darle toda la pompa que quisieron, por lo que dejaron de buscar.

Pedro miró abajo. Podía poner rostros a los nombres y el más claro era el de la verdadera Valentina. Pero al final sólo eran imágenes o escenas flotando en el vacío, desconectados de cualquier suceso posterior, igual que posters de una película que le había dejado indiferente.

Kross dejó escuchar un exagerado suspiro de impaciencia. Ignorándolo, Pedro buscó alrededor y tomó las flores más frescas, unas rosas blancas y rosas dejadas el domingo frente a la tumba de una familia de cuatro enterada junta. Llenó con una canilla cercana el recipiente frente a la placa de los Beltrán, dispuesto en un hoyo dentro de la tierra húmeda. En otras ocasiones había visto gente agitarlos para eliminar suciedad antes de reemplazar las muestras de devoción ya marchitas por unas nuevas, pero entonces no le hizo falta. Nadie en mucho tiempo había venido a presentar sus respetos.

Cuando por fin colocó el detalle en su sitio, lamentó que no hubiera rosas negra cerca. Habría sido bonito. Por fin se volvió y caminó al lado del demonio hacia la salida.

La marcha de la reina negraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora