Otro intento fallido. El cuarto esa semana. Iban a hacer ya tres meses intentando que Sombra manejara los colores, y un mes desde que el verde en sus ojos se había marchitado. Colora se sentó en el suelo agotada. Se había dado cuenta de que los colores en Sombra cada vez duraban menos: una semana como mucho, o incluso unos pocos días. Y no entendía por qué. Sombra la miraba, sentada frente a ella, con la misma mirada desanimada. Ambas sabían que sus intentos no funcionarían, pero ninguna se atrevía a decirlo en voz alta.
Sombra se rodeó las piernas con los brazos y enterró la cara en ellos. Colora quería decirle que no se preocupara, que lo lograrían tarde o temprano, pero sabía que eso no era cierto. Respiró hondo antes de hablar.
-Sombra yo... lo siento. No sé que es lo que ocurre. Es como si los colores se resbalaran de ti. Es... raro. No me había pasado nunca.-hizo una pausa.- Y no sé como arreglarlo...
Sombra levantó la cabeza, entendiendo de inmediato lo que eso significaba. Se había rendido. Sintió como el corazón le daba un vuelco.
-No sé, tal vez... tal vez algún día seas capaz de hacerlo... pero...
Sombra sintió como la tristeza la inundaba, como recorría su cuerpo hasta que no pudo sentir nada más. Miró sus brazos cuando su piel se empezaba a teñir de un azul claro que se le antojó triste. Sin embargo no le dio importancia. Seguramente desaparecería a los pocos días como todos los demás.
-Lo siento Sombra...-continuó Colora sin darse cuenta del cambio en su amiga.-No puedo hacer nada más. Pero no te preocupes.-levantó la cabeza y la miró con una sonrisa cansada.-Eso no es malo. Ser como eres está bien. Esta eres tú y a mi me vale, ¿de acuerdo?
Pero Sombra no lo veía así. Ella veía como todo iba cambiando a su alrededor, como todo se tenía de color excepto ella. Y eso le hacía sentirse vacía. Vacía y sola.
Se levantó de un salto y salió corriendo, sin dejar que Colora la detuviese. Tenía que encontrar su sitio, y no era aquel.