Capítulo 8: Gema Terrestre

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NA: Hola de nuevo. ¿Qué tal les pareció el capítulo anterior? ¿Soy el único al que se le hizo algo extraño el encuentro entre Steven y Amatista? Bueno, si tenían dudas al respecto, quizá se les resuelvan en este capítulo.

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Amatista era una mujer sencilla, con necesidades sencillas y de buen corazón... en sentido figurado, por supuesto. En realidad, Amatista no era, para empezar, una mujer, y literalmente no tenía un corazón. Ella no era siquiera humana, aunque en más de una ocasión tal hecho se le había ido de la cabeza. Por otra parte, la vida nunca puede ser tan simple.

No puede ser tan simple, cuando un día despiertas y te encuentras en medio de ruinas, sin tener la menor idea de qué hacer, ni alguien a quién consultar al respecto. Sin un objetivo, sin un rumbo, sin una motivación... tan solo tu solitaria existencia.

La gema en cuestión traía una larga historia tras de sí. Si bien los primeros ochenta años no fueron nada interesantes, una noche particularmente estrellada ella decidió salir a explorar, aventurándose fuera de los confines de las instalaciones abandonadas en las que ella había sido creada, más allá de los cañones y tierras áridas, inertes, descoloridas. Y lo que vio allí afuera la dejó fascinada.

El color, los aromas, las sensaciones... para alguien como ella, era algo imposible de describir en ese momento; Amatista simplemente no tenía con qué compararlo. Para ella era sobrecogedor, abrumador incluso. Todo un mundo nuevo abriéndose ante ella, con lugares, plantas y animales diversos.

Mas nadie que fuera como ella.

Una vez pasaron un par de siglos y con ellos la emoción inicial de todo lo que había por descubrir, la gema terrestre se dio cuenta de ello. A partir de entonces, comenzaría algo que podría describirse como una larga y algo exagerada adolescencia.

¿Qué se supone que era ella en realidad? ¿Por qué estaba allí? ¿De dónde vino? ¿Era ella tan solo otro ser cualquiera de este extraño mundo o existía acaso algo más detrás de ella, algo que la diferenciase como para no poder encontrar a un semejante por ningún lado? Todos tenían un semejante, aunque a la vez nadie era idéntico a otro. En cierto punto, ello podía considerarse una ley, una de la que solo ella parecía estar exenta.

¿O acaso ella era la última de su tipo?

Amatista le dio vueltas a dicha posibilidad por un buen tiempo. Considerándose la única y última amatista sobre la Tierra, pasó sus días entre los demás animales que la habitaban, observándolos y de vez en cuando interactuando con ellos. No era una existencia monótona, pero definitivamente carente de cosas importantes, como vínculos genuinos. Relacionarse con alguien que estuviera a su mismo nivel.

Entonces, un día, conoció a alguien más.

Su piel era oscura como la de ella, aunque de tono más amarillo, profundo como la miel, dorado ante el sol del atardecer de aquél momento. Sus labios eran delgados, a diferencia de los de la gema. Su cuerpo era más grande, pero más delgado, y tenía cierta gracia en su figura ante la vista que Amatista no sabía como explicar.

El shock inicial duró algo de tiempo. Ambas se quedaron en su lugar, viéndose mutuamente en silencio. Luego una dio un paso, la otra lo hizo también. Y luego otro, y otro, y otro.

Ambas quedaron frente a frente, ojos cafés fijos en púrpuras y viceversa. Y sin mediar palabra ambas partieron juntas.

Ese día Amatista hizo un nuevo descubrimiento, quizá el mayor de ellos: los humanos. Seres que llevaban la ley de semejanza/diferencia al extremo, con formas, costumbres y lenguajes diferentes, salvo por un patrón reconocible en todos ellos, que los relacionaba unos con otros, así como con otros animales.

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⏰ Última actualización: Jul 28, 2017 ⏰

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