Geraldine se sentó en la cama de su habitación y abrió la carta que tenía entre sus manos, después de sacarla del sobre que además de encontrarse algo amarillento por el tiempo que llevaba guardado, solo tenía inscripto en el dorso, un simple: "Hija"
Llevaba más de cuatro meses allí en los que había pasado por todos los estados de ánimo existentes. Tristeza, negación, enojo, melancolía y hasta por momentos, alegría. Ahora se sentía más estable, incluso los médicos lo decían, pero todavía tenía una parte del camino por recorrer.
En ese lugar había hallado la paz que tanto había buscado. Sus grupo de rehabilitación la estaban ayudando también a superar muchos de sus problemas pasado, el rechazo de la sociedad y de su abuela, la muerte de Nina y la relación con su madre que aunque estaba muerta, era complicada.
Allí no habían los lujos del palacio, pero eso no le importaba. Tenía una habitación sencilla con una cama simple, una mesa y una silla. Le habían quitado su celular y tampoco tenía acceso a una computadora.
Recién había hablado con sus padres veinte días después de su ingreso, y con sus hermanos cuarenta días más tarde. La comunicación ahora tampoco era muy fluida, la habían visitado una sola vez en todo ese tiempo y solo por un par de horas.
Le concedían sus libertades como medidas con un cuentagotas, pero tampoco le importaba porque la libertad la sentía por dentro.
Respiró profundamente y comenzó a leer con miedo por lo que podría llegar a encontrarse en ese papel. Sabía que provenía de su madre biológica y que Bri se la había dejado al médico para que se la entregara cuando creyese que estaba preparada.
También estaba al tanto de que nadie nunca la había abierto, que el contenido sería la única cosa que compartiera solo con Lía. Se sentía extraña al pensarlo, pero también con una emoción muy fuerte y difícil de explicar. Se sentía más especial que nunca. Leer sus palabras sería como escucharla hablar por primera y única vez en su vida.
Querida hija:
Hola cariño, soy yo, mamá. No sé a qué edad leas esto, ni siquiera sé tu nombre. (¿Geraldine, tal vez?)
Te escribo esta carta porque sé que es la única forma que tendré de hablar contigo alguna vez.
Tengo muchas cosas que decirte y no hay forma que pueda plasmarlas a todas sobre el papel, pero intentaré hacerlo lo mejor que pueda.
Primero que nada, quiero que sepas, que hablo desde el corazón. Cometí muchos errores en mi vida, cariño, pero tú no eres ninguno de ellos. Entregué mi vida por ti porque eras y serías por siempre mi mejor obra. No me malentiendas, no quiero que te culpes por mi muerte, hice lo que debía hacer, nunca existió otra opción para mí. Mi vida había acabado incluso antes que comenzara la tuya, que tu nacieras fue un milagro para este mundo.
ESTÁS LEYENDO
Cocktail Real, entre besos y mentiras #Descontrol en la realeza 4
Aktuelle LiteraturGeraldine no puede recordar cuando dejó de ser la niña dulce que todos adoraban para convertirse en lo que es ahora: un desastre. Un desastre como hija, como hermana, como amiga. Lo único que sabe es que dentro suyo hay un vacío que no ha lograd...