Capítulo 2

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      Sacudí mi cuerpo una vez el calor del interior de la casa golpeó mis sonrojadas y frías mejillas. Froté con energía mis brazos y deslicé la capucha de mi sudadera fuera de mi cabeza, las hebras de mi pelo mojado se pegaron a mis dedos y bufé molesta por ello.

      Había acertado esta mañana y para la hora de salida del instituto estaba lloviendo a cántaros, y papá no había podido venir a recogerme por lo que me había visto obligada a caminar bajo la lluvia hasta casa.

      Bueno, igual obligada no, porque Andrew se había ofrecido a llevarnos a todas a casa, yo fui la única que se negó. Quiero decir, agradecía el gesto y el interés pero solo lo había conocido a él y a las chicas por unas horas y no se sentía correcto molestarlos con tener que llevarme hasta mi casa.

      Por lo que ahora mientras me deshacía de la mochila y las húmedas botas, dejaba gotas de agua por todas partes. Estaba deshaciéndose del abrigo cuando escuché el repiqueteo de las pequeñas patas de White correr en mi dirección, salí de mis propios pensamientos antes de que el peludo animal llegará a mí y, me agaché a su altura, al instante este alzó sus patas sobre mis hombros y sacudió su cola con efusividad dando bandazos de lado a lado.

      —Hola bicho —Acaricié su cabeza de pelaje negro y dejé que dejara un par de lengüetazos en mi rostro los cuales yo limpié sin mucho esfuerzo con la manga húmeda de mi sudadera.

      Habíamos adoptado a White hace cuatro años, fue una especie de regalo de cumpleaños para mi padre por parte de todas nosotras. Era la compensación por no tener un niño, aunque eso a mi padre no le importaba para nada.

      Aun así sus ojos se habían iluminado con ilusión cuando todos fuimos al refugio y lo vimos, fue casi como un flechazo.

       Desde entonces habíamos disfrutado de la maravillosa compañía de mi hermano de cuatro patas quien se volvía loco cuando alguno de nosotros regresaba. Mi sonrisa se desvaneció ligeramente cuando noté como Whitte miraba sobre mi hombro, esperando algo más, a alguien más.

      —Ya sabes que solo soy yo chico, ya no hay nadie más —Murmuré en un susurro mientras me ponía de nuevo de pie, obligándolo a regresar al suelo.

      Él las seguía esperando, incluso después de un año, él siempre las esperaba.

      —¿Ely? —Levanté la mirada y me esforcé por volver a dibujar el gesto de sonrisa en mi cara.

      Helena frunció el ceño y maldijo en un murmuró silencioso cuando una de las ruedas de su silla golpeó el marco del recibidor, luego volvió a mirarme y presionó los labios en una línea recta.

      —¿Aún no te acostumbras? —Pregunté mientras caminaba los pocos pasos hasta ella y me agachaba lo suficiente para dejar un beso en su mejilla. Ella no se quejó, no desde aquel entonces.

      Había descubierto después del accidente cuánto necesitaba el contacto físico, cuán necesario era para mí dar un abrazo o un simple beso en la mejilla. También había implantado la costumbre de terminar todas mis despedidas con un «te quiero», porque no lo había hecho con ellas, no lo hacía normalmente con nadie y me arrepentía de eso.

      Porque mi madre había muerto sin escuchar un último te quiero y porque no había abrazado a Jessica en más tiempo del que me gustaría recordar.

      —Hay algunas esquinas a las que aún no les cojo el truco —Dijo ella mientras retrocedía suavemente y echaba una mala mirada al punto donde su silla había golpeado —Como a esta de aquí, mira, ya he dejado la marca.

Llamas #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora