1...El Encuentro

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Las luces, esas malditas luces azules y rojas otra vez. Gustavo viene corriendo desde la esquina con una cartera en la mano, apenas me dedica una mirada y yo enciendo el motor. Bajo la visera del casco y él sube, en pocos minutos desaparecemos en los suburbios y los canas quedan atrás.

Esta es mi vida, este es el día a día desde que tengo memoria y con mi primo somos los mejores ladrones del barrio. Porque hacemos trabajo "limpio, rápido y de valor". Parece el lema de una marca registrada, pero no, es nuestro único límite en los asaltos. A pesar de que no somos agresivos, cargamos un fierro cada uno por si surge una situación de emergencia.

Se preguntarán por qué elegimos esta forma de vida, y yo sólo voy a responder "hacemos lo que podemos". Hoy tengo 18 años, terminé el secundario y desde entonces trabajo por la mañana como moza en un restaurante y los fines de semana atiendo la barra en un boliche de ricachones.

Mi primo odia que vaya a trabajar a esa "madriguera de egoístas". Pero una vez me dijo papá, "cambiá tu futuro y el de tus hermanitos" antes de quedar pegado en un robo un autos. Así que acepté entrar en el asqueroso sistema laboral por Leo (4 años) y Mimi (2 años), quienes se quedan con la tía Laura cuando no estoy. Sin embargo, por la noche, Gustavo y yo mantenemos nuestra reputación.

—¿Qué tenía la cartera Gustavo?

—¡Me traje el premio gordo Daya! Mirá, una cámara de las que usan los de la tele.

Dice mi primo levantando el objeto como si de un trofeo se tratase.

—¡Bien hecho hermano! Pero tenemos que hacer una ronda más y vender los objetos para darle un regalo al tío.

—Uhh no, ¡el ladrillero ese no se merece una mier...!

—¡Gus! Estamos en zona peligrosa, no digas cosas que nos pueden meter en problemas. Y vamos, esta vez elijo yo.

Mi primo pone en marcha la máquina y salimos para encontrar un nuevo objetivo. Me bajo, y no le pido que espere porque es ya un acuerdo mutuo el salir uno a la vez. Es obvio que alguien por lo menos tiene que estar preparado para huir.

Es el anochecer, voy caminando como siempre como una más de las "señoritas de la calle", y la veo: una joven hermosa piel morena y un cabello oscuro, cayendo éste sobre sus finos y bellos hombros descubiertos. Y en sus manos puedo reconocer a la perfección un celular de alta gama.

Me voy acercando a ella, con una simulada actitud de distracción, sin la capucha puesta. Nos encontramos de golpe en el tiempo justo para vernos a los ojos y que yo le arrebate el aparato. El encuentro me deja un cosquilleo extraño, la chica no dice nada, pero siento su mirada sobre mí hasta que puedo desaparecer entre los peatones.

"No tuvo tiempo" me digo a mí misma, "fui tan sutil que ni se dio cuenta" trato de convencerme, en general, nadie me nota. Sin embargo no puedo evitar las enormes ganas que tengo de volver sobre mis pasos y devolver el objeto a esa soñada mujer.

La Bombay, hija de la delincuencia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora