8...La Gata

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La noche era de una oscuridad eterna, ni luna ni estrellas se podían ver en el cielo. Por el silencio profundo asumo que Leo y Mimi están dormidos en sus cunas y yo sigo despierta en mi cama, entonces veo pasar por el marco de mi habitación la sombra de mi madre. 

Me levanto con cautela para no despertar a los niños, llego a la cocina justo para oír el cierre de la puerta de entrada, por la ventana logro ver a la mujer que me crió, subir a un taxi y desaparecer en las tinieblas. 

Oigo los llantos desgarrados de los niños en soledad y corro al dormitorio, y al abrir la puerta no hay dos niños sino una persona agonizando...

 —¡¡Gustavo!! ¡¡Agh!!

Me incorporo de repente sintiendo el punzante tirón de las heridas, Francesca que al parecer se había dormido a mi lado despertó y me miró con grave preocupación en su rostro.

 —No te muevas demasiado o vas a volver a sangrar. 

Apoyó una mano en mi hombro y aún alarmada la quité y me alejé de ella. 

—¿Cuánto tiempo llevo dormida?

—Casi un día y medio. Me pareció que lo mejor sería que descanses.

Demasiado tiempo, demasiado tiempo Gustavo podría estar en cualquier parte ahora mismo,  iba a pedirle que me devuelva la ropa y las armas que aparentemente me sacó mientras dormía y un gruñido fuerte de mi estómago me lo impidió.

—Entiendo que estés preocupada, pero para hacer algo por tu primo, necesitas recuperar fuerzas, tu ropa está limpia, la dejé en aquella silla, yo voy a la cocina a preparar algo de comida.

Antes de su salida la sujeto del brazo y ella se vuelve hacia a la cama muy cerca de mi rostro. Paso por alto el tono rosado que cubre sus mejillas y le digo con total sinceridad:

—Muchas gracias, Fran. 

—D-de nada.

Responde apresurada y se va de la habitación con pasos veloces, cerrando la puerta detrás de sí. Miro de nuevo a mi alrededor y por la ventana del edificio alcanzo a visualizar el techo de la Clínica desde donde se llevaron a Gustavo, por mi mente sólo cruzaba una idea "no te voy a abandonar tigre

—No sé qué es lo que te gusta, así que preparé un poco de todo. 

Le agradecí con una sonrisa, el gesto encantador que atrae a más mujeres en la barra del boliche en el que trabajo ¿O trabajaba? Y en pocos minutos acabé las ensaladas con pollo y atún, además del sushi y la sopa. La mirada de la morena es lo único que me devuelve a la realidad...

—Parece que te gustó. 

Se acercó con una servilleta y la pasó con suavidad alrededor de mis labios. Antes de que retire su mano le sostengo la muñeca con delicadeza y con la otra acaricio su tersa y cálida piel. Por su pasiva o sorpresiva actitud decido levantarme y besar con ternura sus labios húmedos. Entre mis labios susurra mi nombre pero mis manos terminan el contacto y me vuelvo hacia la mesa para levantar su celular. 

—No puedo, no todavía. 

Le respondo antes de bajar la vista y marcar el número de mi ex, tratando de no darle importancia a la mirada ansiosa y agitada de la hermosa mujer que me acompaña.

La Bombay, hija de la delincuencia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora