9...El Jefe

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Luego de una acalorada discusión, convencí a Tatiana de hackear el sistema de vigilancia de la Clínica y averiguar la patente del vehículo que se llevó a mi primo. Borré el número y fui a buscar a la morena a su habitación. 

—Te lo devuelvo.—dejo su celular al lado de la cama donde está sentada y continúo.—Me tengo que ir.

Levanto las armas que ella dejó a la vista en la mesa de luz y las guardo, al ir hacia la puerta siento el tirón en mi campera...

—¿Vas a volver?

La veo sobre el hombro tratando de adivinar sus intenciones. 

—Lo digo por l-la herida, hay que cambiar las vendas...—Con suavidad deja escapar la tela, y yo no contesto. Abro la puerta de entrada para oír las últimas palabras antes de salir—Voy a estar esperándote. 

Tras cerrar la puerta tengo que forzarme a mí misma y no ceder a mi deseo de volver al departamento para hacerla gemir de placer. Continúo la marcha hasta salir del edificio y recuerdo que mi moto ya no está esperándome. Camino por los alrededores y encuentro la próxima elegida, es más grande de lo que estoy acostumbrada a montar pero tiene la potencia que necesito. Entro al bar para buscar al dueño de la máquina y me llevo una gran sorpresa. 

—¡T-te dije q-que es mía hijo de la gran p***!—Grita Dylan sujetando con fuerza el brazo de una mujer en cuyo rostro pálido se puede leer el consumo de algunas sustancias ilícitas.—N-no la apuesto p-por nada ¿¡¡Mescuchasteee!!?

Ante la cara desfigurada de furia del que parece ser otro jugador de póker me acerco y cargo la pistola en la sien de mi tío. 

—Soltá a la mina porque te vuelo la cabeza en frente de todos.—Parece que aún conserva algunas pocas luces porque Dylan hace lo que le pido y cae de rodillas al piso.

—¡¡No, por favor!! ¡Te-tengo familia e hijos!

—Deberías haberte acordado antes de tu familia, sobretodo antes de pedirle un préstamo a unos perros mafiosos, maldito cerdo asqueroso.

Los ojos desorbitados del borracho se vuelven al rostro que esconde mi capucha y se ríe a carcajadas. Con su sonrisa sobradora y desafiante me mira a los ojos.

—¿Y? ¿Cómo murió tu tía? 

Una bala en el pecho hace que, repentinamente, el cuerpo del sujeto que alguna vez fue familia caiga de espaldas al piso. Mi mano temblorosa, con el arma aún cargada y apuntando (ahora a la nada misma), es recubierta y sostenida por la mano del jugador de póker que le quitó la vida. 

—Lo hiciste bien jovencita. Pero esta mugre no merecía que te ensucies las manos. Si trabajás para mí yo podría ayudarte con esa deuda que tenés y enseñarte algunas cosas. 

Volví mi mirada al cuerpo inerte tendido en el piso, con la camisa nueva, ahora manchada de suciedad y sangre. Guardé el arma y empecé a notar los rostros atónitos y los comentarios bajos de los espectadores. Miré a los ojos al señor de traje y corbata impecables, quien se había rodeado de unos tipos en tuxedo, los cuales estaban antes mezclados con la gente común. 

—De acuerdo señor...

—Me dicen Hollow.—unos dientes blanquecinos y brillantes forman un gesto de satisfacción.

—Lo serviré sr. Hollow... Pero además del dinero, necesito otro favor. 

La Bombay, hija de la delincuencia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora