3...El Problema

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—Acompáñenme, por favor...

Caminamos por un pasillo con puertas y números de ambos lados hasta una pequeña habitación. Recuesto a mi hermanito, de mis brazos a la cama y el doctor lo revisa, lo medica y me dice que necesita reposo. Se retira y quedamos la mujer y yo.

—Esperaba volver a verte.

Comenta la morena señalando sobre mi chaleco de algodón...

—No me toques.

Le digo quitando su mano de mi ropa y siento de inmediato el mismo cosquilleo del inicio al rozar su piel. La suelto de inmediato y vuelvo a colocar mis manos en los bolsillos.

—Me voy, porque tu hermanito necesita descansar.

Susurra la enfermera, yo saco el celular de mi bolsillo y lo pongo en el de su chaqueta.

—Ahí está, en las mismas condiciones de esta mañana.

La enfermera sonríe y deja un beso en mi mejilla. "Gracias" creo que es lo que me dice al oído, antes de salir de la habitación. Me quedo despierta toda la noche sentada, esperando. Vienen otras enfermeras y el doctor. Al día siguiente nos dejan ir del lugar, sin costos importantes.

Llegamos a casa y Laura trae a Mimi. Decido quedarme más tiempo con ellos y llamo al restaurante para avisar mi inasistencia, me responden que no me moleste en volver y terminan la comunicación. Por la noche viene Gustavo y le cuento lo que pasó.

—¡Esos malditos! ¡Son unos perros cobardes! ¡Seguro escucharon algún comentario sobre vos y por eso se aprovechan de la situación!

—Tranquilo primo. No sirve de nada perder el control.

—¡Es que no entendés, Daya! ¡Si no conseguimos más dinero vamos a estar en graves problemas!

—¿Dinero? ¿Y tu trabajo en el lavadero de autos?

—Un estirado vino a decir que le faltaba una memoria USB que estaba en el auto y pidió que echaran al que se ocupó de lavarlo.

—¿Vos tenés la memoria?

—Sí, pero pensé que tenía música.

—A ver... Si me la prestás, yo la reviso.

—Ok, pero tené cuidado. El dueño parecía ser alguien muy importante... Y estaba como loco.

—No te preocupes, y para qué necesitamos dinero?

—Porque el tío Dylan se endeudó con unos prestamistas y desapareció. Me lo dijeron unos matones suyos esta mañana. ¡Tenemos que devolver el dinero o rajarnos de acá!

—¿Y si vendemos la moto?

—No seas ingenua, es mucha guita de la que estamos hablando...

—¿Cuánto?

—No sé, pero tenía como siete números...

—¿¡Estás de broma!?

—Ojalá, pero es lo que tenemos. ¿A dónde vas?

—Quizás... si lo que tiene pendrive es importante, podemos conseguir algo de dinero. Mi ex tiene una notebook.

—Te acompaño Bombay.

—Mejor quedate con los niños y no me digas así, ¡ya no tenemos ocho años!

—¡Está bien! ¡Está bien!

Enciendo el motor y vuelvo a ver a mi primo con los niños. Si hay alguien en quien confío más que a mi propia vida, ése es Gustavo. Nunca esperamos nada del futuro, y desde pequeños nos entrenamos peleando en la calle y disparando a latas y tapas de botellas. Cuando me fui de casa este día, no imaginé ni por casualidad, que sería el inicio de nuestra desgracia.

La Bombay, hija de la delincuencia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora