Prefacio

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Rafa siempre soñó con tener una hija. Su princesita, la que le cumplió el sueño, recién había llegado a los 7 años y su inteligencia era increíble. Le había hecho comprender que siempre la realización de los sueños trae consigo muchas pruebas que no imaginamos. Cuidarla y educarla estaba siendo ciertamente una tarea muy ardua. Un día, después de la escuela, empezaría a hacer preguntas cada vez más difíciles de responder. Si bien es cierto que los niños suelen ser muy preguntones, a los padres les encanta responder a sus inquietudes. No he conocido caso de alguien que ame a su hijo y considere esa tarea como algo tequioso o insoportable. Pero claro, cuando las preguntas son más profundas la cosa no es tan sencilla. Se trata, ciertamente, de una gran e importante misión. Cada respuesta suya contribuiría a forjar la personalidad de aquella niña que de pronto empezó a crecer, y no me refiero sólo en estatura.

Gema era el nombre de esa niña, y en un día de esos, después de escuchar a sus compañeritos hablar orgullosamente de las razones por las cuáles le habían puesto sus nombres, ella le preguntó de dónde provenía el suyo. La razón era que su abuelo Mateo, siendo un hombre de Dios, tenía una especial fascinación en las cosas creadas por el divino maestro, y había ciertos signos que a él en lo personal le daban lecciones de vida importantes. Entre esos signos y símbolos estaba la hermosura de las rocas, que escondían para él una riqueza infinita de la sabiduría de Dios. Eso lo había llevado a coleccionar piedras preciosas. Su colección tenía por nombre: «Las rocas también son preciosas». Y una roca preciosa tiene otra manera de llamarse: «gema».

El abuelo de Gema murió prematuramente, con la ilusión de conocer a sus nietos, por lo que ella no le conocía. Rafa investigó el origen del nombre que usaría para su primera hija y se encontró con una palabra en la que meditaría profundamente: Plenitud. Aquellas dos razones, la de lo especial que había sido el nombre para su fallecido padre y la del significado del mismo, fueron suficientes para elegirlo. Su esposa y madre de su hija, Sara, no se opuso ante tal petición. La niña, desde entonces, comenzaría su camino hacia la plenitud.

Para aquel día la niña aún no lo sabía, y con la inocencia de su edad le hizo aquella tierna pregunta:

­­—Papito... ¿Porqué me han puesto Gema?

Ante tal desconcierto, su padre no supo responder de inmediato, y quiso hacer él también un par de preguntas a su niña:

—¿Qué pasa mi amor? ¿No te gusta tu nombre?

Ella cambió el semblante, que hasta el momento había sido dominado por la duda y una preocupación poco usual de los niños, y sonrió. Luego dio las explicaciones de su pregunta.

—Sí me gusta papá. Pero es que en la escuela los niños me preguntaron, y no supe que responderles.

No había manera de evadirla, pero tampoco era fácil explicarlo. De aquellas dos razones, una bastaría por ahora, la del significado del nombre. Pero usar la palabra Plenitud no era lo más adecuado. No tenía aún edad para comprenderla. Quizás si usaba otra, las cosas serían más fáciles. Y en efecto, así fue.

—Tu nombre es muy especial para mí, hijita. Tiene que ver con la felicidad. El significado de tu nombre nos hace recordar que nuestra misión es que seas feliz. Tú mi niña, estás llamada a ser una niña feliz, y cuando vayas creciendo aprenderás a ser feliz en todo lo que te suceda... ¿De acuerdo?

—De acuerdo papi. Ahora sí entiendo. Feliz como Barney... ¿Verdad?

Aquel ejemplo no le gustaba mucho a Rafa, pero... ¿quién era él para no ver con agrado los gustos de su niña, que veía con alegría aquella serie de televisión donde el dinosaurio rosado la hacía cantar con tanta energía? Tuvo que asentir:

—Si mi amor, como Barney. ¿No somos acaso una familia feliz?

—Si papá, porque nos queremos mucho.

—Así es mi amor... ¡Pero yo te quiero más de lo que tú me quieres a mí!

—¡No papi, yo te quiero más!...

Y así, en esa dulce discusión que tardaría otro rato, se quedaría Gemita más tranquila, con la certeza de que al siguiente día iba a poder explicar a sus compañeritos con mucha alegría el significado de su nombre y la razón porque se lo habían puesto. Desde ese momento incluso, empezó a comprender que también era su misión transmitir esa felicidad tan pura. Seguro recordaba a algún compañerito al que vio llorar. Sabía que muchos de sus amigos podían de pronto estar tristes y ella tendría que hacer todo lo que estuviese en sus manos para que fueran felices.

Más tarde y con el paso de los años, empezó a darse cuenta de que la tarea no era fácil. Los momentos felices vienen y también se van.

Cuando era ya un poco mayor, se sintió atraída por un niño. Se podía decir que quizás era muy pronto, pero para esos tiempos se había vuelto normal que los niños tuvieran noviazgos a tempranas edades, y los padres que no lo permitían eran juzgados como retrógrados. Rafa y Sara eran muy cuidadosos con ella, pero no se imaginaban que de pronto llegara con la noticia de que gustaba de uno de sus compañeritos, el cual le había pedido esa tarde, con chocolates y flores en mano, que fuera su novia. Al menos ella confiaba mucho en sus padres, y a pesar de verse tentada a aceptar la propuesta, no quiso responder hasta que el tema fuese consultado con ellos. Para entonces, ella tenía ya 13 años.

Lo que Rafa vio en el rostro de su niña fue conmovedor. Estaba radiante y llena de alegría. Una caja de chocolates era una razón suficiente para que lo estuviera, es verdad, pero había que sumarle la ilusión de verse pretendida por el niño que le gustaba. Recordó que a su edad, en sus tiempos, era improbable tener noviazgos autorizados, pero al paso de los años las cosas habían cambiado mucho. Ya no era tan fácil ser padre y cuidar del corazón de los hijos, que tan pronto se exponían a los golpes de la vida, sin antes crecer en virtudes necesarias, como la amistad sincera, el compañerismo, la libertad y madurez emocional. Rafa tenía que resolver esto pronto, pero teniendo el sumo cuidado de no desilusionar a su niña. Era pues momento de explicarle el significado de la palabra Plenitud. Y para eso tenía guardado un arma bastante peculiar, y que había sido la herencia que le había dejado su padre.

Y es que el nombre de la niña no había sido el único legado que había dejado el abuelo de Gema. Rafa tenía guardado un libro que antes el señor les había leído, cuando él era un niño. Decía, al leerlo a sus hijos y sobrinos y a los amigos de éstos, que lo había encontrado en un lugar misterioso, y que el idioma era desconocido para todos. Se jactaba de haber sido el único con el poder de interpretar aquel lenguaje, y de haberse encargado de la traducción de la obra, la que presentaba como única en el mundo. Todos sabían que era una treta para hacer más llamativa la tarea de escucharle leer cada capítulo de la historia, pero acertaban en decir que no era necesaria para tal fin, pues la historia en si misma les hacía intrigarse. Rafa, en especial, se sentía muy orgulloso por saber que era su padre quién la había escrito.

Era momento pues, de que Gema leyera el libro. Esta era la manera que ella debía prepararse para comprender la segunda razón por la cual habían decidido su nombre. Bien se dice que ellos esconden en su significado nuestra misión en el mundo, aunque de pronto se haya perdido tan bonita tradición. Gema quería ser feliz, pero los sentimientos se confunden. Entender en qué consistía la plenitud y emprender su búsqueda se volvería una aventura única y maravillosa que empezaría esa misma noche al leer ese libro. Había cierta motivación adicional en leerlo cuanto antes, y es que la condición que le puso su papá es que no tendría el consentimiento de su noviazgo hasta que terminara de leerlo. Tampoco le había asegurado que después de la lectura lo tendría, pero para ella, que esperaba un no rotundo por respuesta, toda esperanza era alentadora. Mientras tanto Rafa tenía la ilusión de que al leer el libro ella pensara mejor las cosas.

 Mientras tanto Rafa tenía la ilusión de que al leer el libro ella pensara mejor las cosas

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Gema, en busca de la plenitudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora