Su ritmo era el mismo de siempre, tan apresurado, peculiar y jadeante. A penas se había detenido un par de veces para alimentarse, nunca para descansar. Pero podría asegurar que esta vez, y por fin, ella tenía una razón valiosa para correr y por la cual estaba dispuesta a dar su vida. Temía que Jinadaz ya no viviera. Pensaba en Tatoo, aquel espectro que la había seducido a ella, y también temía en volver a verlo. Así que mantenía sus ojos lo suficientemente abiertos para ver el camino, pero lo suficientemente cerrados para ignorarlo si aparecía. Ella sabía que una técnica para esquivarlos era no verlos a los ojos, puesto que estos tenían el mismo efecto atrayente que una estrella fugaz.
Pensaba en los nombres Jazoo o Denoo y eso la motivaba a no rendirse, a pesar de que tuviera tan pocas fuerzas. La razón de pensar en aquellos nombres era la siguiente: cuando una criatura muere de la forma que lo lleva a ser un espectro, su nombre pasa a ser el más pequeño que pudo tener (Jaz o Deny, por ejemplo) agregándole las dos «o» al final (Jazoo). En el caso de una hembra una de las «o» sustituye la última letra (Denoo). Ella sabía muchas cosas al respecto, y una de esas cosas era que morir a mano de uno de ellos era convertirse también en un espectro, en un temible cambio de suertes.
Se le había hecho de noche, pero no entraba en sus planes el quedarse dormida. Por suerte vislumbró a la distancia las dos torres de un templo que se elevaban por encima de todos los árboles, y caminó en esa dirección para encontrar un sendero iluminado. Cuando rodeó el templo y empezó a recorrer el camino que quedaba frente a él, vio a dos criaturas: una de ellas era Jinadaz, a quien reconoció por sus ojos verdes. Y fue eso lo que la llenó de mucha tristeza. Al verlo así supuso que había iniciado una nueva aventura con alguien. Se quedó estática, con sus brazos cruzados para soportar el frío y dejando caer muchas lágrimas sobre su pelo. Quiso llamarlo, pedirle que la perdonara, interrumpir su plática y rogar por una nueva oportunidad. Pero había algo contundente que no le dejaba actuar: era el hecho de ver sus ojos y constatar una y otra vez que el color verde había retornado, aunque sea un poco. Pensó para sí que ella no había hecho más que llevarlo a que perdiera ese brillo, y que ahora había otra que hacía lo contrario. No lo pudo resistir. Primero se dejó caer al suelo como un árbol que se desploma después de ser cortado, y luego dejó fluir su llanto con más fuerza. Reconoció que había llegado tarde y renunció a él. Estuvo así un momento y luego se levantó como quien se ve sorprendido por un espanto, y empezó a actuar como el que procede después de que tiene una gran idea. Parecía estar decidida a hacer lo que tenía que hacer. Era la primera vez que tomaría una decisión de esa forma. Abrió sus ojos por completo, empezó a caminar dándole la espalda a Jinadaz y sondeó a su alrededor buscando a alguien. Y como no le veía por ninguna parte, le habló.
—Sé que andas por ahí, Tatoo. Aparece de una vez. Quiero irme contigo.
Después de esperar un poco, reconoció el par de luces que se venían acercando, al principio como dos pequeñas luciérnagas y de pronto como dos grandes luceros.
—Me has hecho esperar mucho, Destiny. He tenido que ir y volver por tantos lugares. Ven, sígueme.
—Despacio, pedazo de grafito, que de espaldas no te veo para nada. Es de noche y tu humo no se mira... ¿O es que ya se te acabó?
—Sabes bien que eso no pasará. El poder que llevo por dentro me quema eternamente. Pero, como sabrás, podré dejar de sentirlo después de que lleguemos. Ya sé que esta vez no necesito engañarte.
—Lo que vayas a hacer conmigo, hazlo rápido.
Pero ahí, cerca del templo, el espectro no podía hacer nada.
Destiny había vuelto a caminar con pesadumbre y la noche se volvía tan gélida como un día en cualquiera de los polos. Para ella no tenía sentido seguir viviendo y no encontraba una razón para luchar de nuevo. Su único consuelo era que Jinadaz iba a ser feliz, y que ya no haría estragos su influencia en él. Pero de repente, como aparece una estrella fugaz en el cielo aquel momento en que menos la esperas, empezó a escuchar una voz única e indescriptible, que siempre iba a reconocer.
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Gema, en busca de la plenitud
SpiritualEn una cultura de descarte, donde lo que ya no sirve se tira a la basura, corremos el riesgo de que el amor pierda su esencia y su valor. El joven de hoy no escatima para poner en juego su corazón y exponerlo a múltiples heridas. Hay quienes cuidan...