Capítulo 11 Se trata de dar y recibir

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Destiny avanzó por un camino llano y fue hasta después de un largo trecho que pudo dejar de llorar. Se repetía a si misma una y otra vez que debía acostumbrarse a su antiguo nombre, puesto que ya no tenía acompañante. Pero en su mente aún habitaba una pequeña esperanza, que a la vez era un gran deseo, de encontrar a alguien más. Después de atravesar un pequeño campo de hierba alta, bajó por una colina y vio, a lo lejos, una cueva pequeña entre un inmenso muro de piedras, tan alto que era imposible ver lo que había detrás de él, pero tan pequeño que no podía considerársele como una montaña.

Siguió una línea recta, esquivando pequeños obstáculos, como piedras, arbustos o árboles de mediana estatura que se interpusieron ante ella. Después de una rápida traslación de su cuerpo ya estaba frente a la puerta, pisando unos rieles metálicos que tenían cientos de pequeñas tablas de madera asidas a ellos. En la escuela le habían hablado de que en alguna parte del mundo se explotaban las gemas, y supuso que esa era una mina donde se podían encontrar. Entró en la cueva y siguió el sendero que dictaban los rieles. Por dentro era todo muy oscuro, pero pequeñas antorchas ubicadas en las paredes iluminaban lo suficiente para seguir el trayecto hacia el fondo con confianza. El camino iba en descenso y todo indicaba que se dirigía a una gruta subterránea.

De pronto se abrió ante sus ojos un enorme destello de luz, tan fuerte que la obligó a cubrir su rostro con una de sus manos. Avanzó así, con la mano cubriendo sus ojos, hasta que entró al lugar. Ya dentro de la inmensa cueva, pudo observar los enormes brazos de cristal blanquecino que atravesaban el lugar de un extremo a otro, entrecruzándose. El cristal era tan brillante que resplandecía en todo lo que se pudiera observar, revelándose con una belleza nunca antes contemplada por tan pequeños y ovalados ojos. Aquellos cristales que se miraban eran de unos 15 metros de largo y de 1 metro de ancho. Comparadas al tamaño de Destiny eran algo sin igual. Se podía caminar sobre ellos y saltar del uno al otro, corriendo un poco el riesgo de caerse y quedar atrapado en el fondo de la gruta. Aquel pensamiento la hizo ver hacia ahí. Y debajo de lo que parecía selenita, había un montón de cristales más pequeños, de estructuras perfectas, muy parecidos a los cuarzos. Destiny cerró sus ojos y empezó a recordar la última vez que estuvo parada sobre algo de cristal.

Fue una vez que corría desesperada por un bosque cuando tuvo que atravesar el abismo que se abría entre los acantilados de una montaña. Aquel puente estaba hecho de un material muy parecido al espato, que es un cristal transparente, como el vidrio. Cuando pasó por ahí fue invadida por un miedo paralizante que la hizo quedarse inmóvil en medio del puente al ver la altura a la que se encontraba. Empezó a llorar desconsoladamente sin poder reaccionar ni moverse, hasta que apareció alguien que la vio y se acercó a ayudarla. La tomó ligeramente de la mano y la llevó hasta el otro lado.

—Ya pasó. Tranquila. Todo está bien.

Cuando ella pudo calmarse le dijo:

—Muchas gracias por ayudarme, de verdad.

Dijo esto al mismo tiempo que abrió sus ojos y los mostró, de tal manera que la otra criatura quedó profundamente cautivada al verlos:

—Que bellos ojos tienes. El color es único. Es como un bello atardecer que se refleja en ti.

—¿De verdad te gustan mis ojos?

—Sí, son preciosos.

—Muchas gracias... Eh...

Radulie...

—¿Qué?

—Ese es mi nombre, Radulie. Y el tuyo, ¿cuál es?

Destiny.

Y después de platicar un rato y simpatizar, Radulie le hizo aquella pregunta especial:

Gema, en busca de la plenitudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora