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Ya le has visto más veces. La primera desde la ventana del torreón del ala oeste. Padre te tenía prohibido subir allí, mucho más asomarte entre los tablones que tapiaban el cristal. Pero él se ha ido, y la curiosidad se ha vuelto indomable, libre de su severa mirada. Por eso le desobedeciste. Justo aquel día, como si él, desde el más allá, lo hubiera orquestado todo para poderte decir más tarde «Te lo advertí», de haber estado vivo.
Al principio creíste que se trataba de un cervatillo. Por como se agitaba la maleza más allá de los muros, por los destellos cobrizos entre el espesor verde. No es habitual ver algo más que las aves que anidan en los árboles colindantes, y por eso te quedaste inmóvil, conteniendo la respiración, temeroso de poder espantarlo a pesar de la distancia que os separaba. Después viste cómo se alzaba y te preguntaste si a caso era un oso.
No fue hasta que abandonó la protección del bosque y caminó hasta el borde del foso que precede al muro cuando comprendiste que no se trataba de un oso, sino de un muchacho. Un joven de cabello pardo que se asemejaba con creces al tapiz de hojas que cubría el suelo otoñal. Tu corazón dio un vuelco y sentiste un repentino escalofrío ¿Estarías alucinando?
Se movía con sigilo, comprobando previamente cada movimiento antes de dar el siguiente paso. Aunque llevaba una chaqueta rasgada y una camisa sucia debajo, te recordó a uno de esos héroes de los cuentos. Quizá por la manera en la que el cabello enmarcaba su rostro, por el rubor en sus mejillas o por sus ojos atentos que escudriñaban con atención todo; tal vez por como parecía tener potestad sobre cada trozo de tierra que pisaba.
Estás seguro de que no hiciste un solo movimiento, pero aun así sintió tu presencia igual que si hubieras silbado para llamar su atención. Antes de que pudieras apartarte de la ventana, sus ojos se clavaron en los tuyos, y solo la escasa probabilidad de que no te hubiera visto fue lo que evitó que te marearas del susto.
¿Él era uno de los peligros de los que Padre te había advertido? ¿Podía tratarse de la razón por la que te estaba prohibido abandonar los muros de tu castillo? ¿Sería un brujo o una bestia cubierta con la piel de un joven para engañarte?
Cuando te asomaste de nuevo, esta vez en cuclillas y sin atreverte a elevar los ojos más allá del alfeizar, descubriste que había desaparecido sin dejar rastro.

Garden; GoldentrapDonde viven las historias. Descúbrelo ahora