Una mañana, cuando te despiertas, te encuentras a Springtrap contemplando el jardín desde la ventana. Envuelve su cuerpo desnudo con una manta, en silencio.
-¿Qué piensas? -le preguntas.
-Solo queda una rosa sin marchitar. Quiero conservarla.
Así que os vestís, os abrigáis y salís. La nieve cruje bajo vuestras botas, pero el temporal parece haberos dado un respiro y ahora el sol arranca destellos de la nieve. Camináis hasta el rosal entre risas, con el hielo amenazando con tiraros. Springtrap se sujeta a tu brazo cuando se escurre y tú estás apunto de irte al suelo también.
-Ya lo puede valer esta rosa -comentas entre risas.
-¡Lo vale! -contesta ella.
Eres tú quien carga con la tijera de podar, pero cuando llegáis, se la cedes a él. Le indicas por dónde cortar y cómo hacerlo para tratar de replantarla después en casa, aunque le adviertes que no siempre funciona, mucho menos en invierno. Tú te acuclillas a su lado y le observas con atención mientras él acerca su mano al tallo, prepara las tijeras... y se pincha el dedo.
Y no sangra.
Springtrap no parece haberse dado cuenta de lo que acaba de suceder y, por un instante piensas que lo has imaginado. Pero la parte que sabe que no es así te lleva a agarrar la mano del chico, que se da cuenta en ese momento de que algo sucede. Estudias su dedo índice hasta que das con ello: un punto, un agujero profundo en la piel, donde le ha mordido el pincho de la rosa.
Pero no hay sangre. Ni una gota. Y él ni siquiera lo ha sentido. Le miras sin comprender y el te mira sin entender.
-Te has pinchado -dices como un niño pequeño.-Y no sangras ni te duele.
Él se estudia el dedo, que aún sujetas con tus manos, y la preocupación nubla su gesto.
-No me duele -dice, extrañado.
Y por si aquello no fuera suficiente, suelta las tijeras y vuelve a agarrar el tallo de la rosa recién arrancada para abrazarla con toda la palma de la mano abierta. Solo verlo te hace entrecerrar los ojos, pero el se muestra impasible, y cuando abre la mano, ves los pinchazos, de nuevo, sin una gota de sangre.
En un impulso, recoges las tijeras del suelo y te separas de él con la mente revolucionada.
-Golden... -dice él, pero tú te sigues alejando.
El mundo da vueltas a tu alrededor y sientes un sudor frío.
-¿Qué eres? -preguntas, aturdido. Y le apuntas con el filo de la herramienta.- ¿¡Me has mentido!?
-Por favor... -suplica rozando tu mejilla sonrosada por el frío que os azotaba.
-¡No te acerques! -exclamas, y el miedo te deforma la voz hasta el punto de no reconocértela.- ¡Eres uno de ellos! No debí fiarme... No debí...
Su piel helada, incluso cuando estabais junto a la chimenea, su forma de comer, su espejo... Las piezas van encajando en tu cabeza con la historia que durante meses habías olvidado: la del diario de tu madre.
Soldados de plomo. Cajas de música.Piel de metal.
-¡Golden, escúchame! Te lo puedo explicar. No quería... ¡Te lo iba a contar!
-¡Cá... cállate! ¡Eres uno de los monstruos! -gritas, y te alejas de él tan rápido que no adviertes la placa de hielo que hay sobre el camino de gravilla.
Esta vez Springtrap está demasiado lejos para evitar la caída. Tropiezas y te precipitas a uno de los socavones que tiempo atrás habías preparado para capturarle. Sientes el golpe, oyes el sonido de algo crujiendo, pero, de una manera mucho más clara, notas el lacerante dolor de las tijeras de podar desgarrándote el muslo izquierdo cuando te precipitas en el hoyo que habías escavado.
-¡Golden! -Grita él, saltando dentro del agujero con su agilidad habitual.
El dolor no te deja pensar; no te deja casi respirar. Tu pierna está doblada en un ángulo imposible. Gritas. Ni siquiera adviertes que las lágrimas ruedan por tus mejillas. Es tanto el sufrimiento que, sin saber cuando, todo se vuelve negro.
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Garden; Goldentrap
RandomSiempre quisiste salir, Golden, pero... ¿No sabes que la curiosidad mató al gato?