E I G H T

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Y entonces te despiertas y no recuerdas que pesadillas has tenido, aunque en tu interior permanece la sensación de peligro. Intentas recordar que era lo que soñabas, porque así al menos te darás cuenta de que no hay razón para estar asustado.
Vuelves a cerrar los ojos y aprietas con fuerza. ¿Qué era? Había soldados de plomo, relojes, hornos, cuchillos...,y parecían marchar hacia ti, pero no en manos de humanos, sino solos. ¿Ves? Ensoñaciones ridículas y absurdas. Pero, entonces ¿por qué te han parecido tan reales? Había algo más, un espejo con el cristal tan negro como ala de cuervo. Pero de pronto se iluminaba y su luz no solo te cegaba, sino que te enfocaba directamente a ti, que hasta ese momento te habías mantenido oculto entre los árboles. Y de pronto todos los objetos encantados te descubrían para dirigirse hacia ti. Había sido al imaginar la dentellada de un cepo sobre tu cuello cuando te despertaste.
La luz de la mañana te otorga el valor que te faltaba para decidirte a liberar a Springtrap. Por mucho que trates de encontrarlas, no existen más excusas para desconfiar de él. Sientes la vergüenza de tu padre recayendo sobre ti, pero no te importa. Él ya vivió su vida y tomó sus decisiones. Ahora te toca a ti.
Una vez vestido, te diriges al armario de la habitación y sacas el diario de tu madre. Y esta vez, mientras lo relees por encima, te obligas a pensar que quizá no tengan que ser historias producto de tu imaginación, sino crónicas de tiempos lejanos, leyendas de otras tierras incluso, lugares fascinantes que tal vez existan más allá del jardín y que no debes temer, sino explorar. Lugares como aquel del que proviene Springtrap. Así que decides compartir con él tu secreto mejor guardado para ver si así, al menos, obtienes tus ansiadas respuestas.
En lo alto de la torre fue donde escondiste la bolsa de tela que él portaba cuando cayó en la trampa del jardín. Con cuidado, la vacías sobre la mesa y compruebas de nuevo que no haya ningún arma. El espejo negro sigue ahí y esta vez lo coges y lo levantas para observar tu imagen: el cabello rubio tan largo que te llega hasta los hombros, los ojos grises, idénticos a los de Padre, la mandíbula, de tu madre, cubierta por una barba incipiente.
El espejo es tan fino como la hoja de un puñal, no tiene mango y una de las caras es opaca y de un material duro que no reconoces. Tratas de averiguar cómo puede hacer que veas algo más allá de tu reflejo, como decía el chico, pero al cabo de un rato te das por vencido.
Él está despierto y vestido cuando regresas al primer piso y abres su puerta. Se encuentra sentado junto al alfeizar de la ventana, con el libro abierto entre las rodillas.
-Buenos días, ¿qué tal está tu herida? -pregunta.
Tú, que hasta el momento habías olvidado el suave dolor en la nuca, respondes que bien.
-He decidido que... que voy a confiar en ti- añades, y esta vez él cierra el libro y te mira con un nuevo tipo de curiosidad.
-¿De veras?
Por respuesta, asientes y te apartas de la puerta, serio para que no piense que puede aprovecharse de las circunstancias.
-Si quieres marcharte, no te detendré.
-¿Y las trampas del jardín?
-Te guiaré para que no caigas en ninguna.
Ambos os quedáis en silencio hasta que él pregunta:
-¿Por qué? ¿Por qué ahora? ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?
Te encoges de hombros.
-Si me hubieras querido hacer daño, ya lo habrías hecho.
-Entonces, ¿soy libre?
-Para ir a donde quieras. -Y le entregas la bolsa.
Él recoge sus pertenencias, comprueba al momento si está todo y se pone el anillo en el dedo. Tú aguardas sin decir una palabras ni moverte.
-¿Y si quisiera quedarme? -dice de repente- ¿Podría?
-¿Por qué ibas a querer quedarte? -Aunque tratas de evitarlo, no puedes eludir ser suspicaz.
Él se acerca y se encoge de hombros.
-Tengo curiosidad por saber quién eres realmente cuando no te comportas de una manera tan distante; cuando no me tienes miedo -añade mirándote de soslayo.- Y también por leer los demás libros que guardas ahí abajo, por saber como cultivas flores en invierno, por estudiarlas de cerca.
Si no fuera por el tono tan sincero con el que habla, pensarías que se está burlando de ti como al principio.
-¿Me dejarás? -repite.
-Si es lo que quieres...
-Sí, es lo que quiero.
No has advertido en qué momento se ha acercado tanto a ti, pero ahora eres capaz de percibir su aroma a pino y debes excusar un ataque de tos para alejarte unos pasos, nervioso.
-Pero yo también quiero que hagas algo por mí - dices, y él alza una ceja- Enséñame a utilizar ese espejo tuyo. Necesito saber qué hay más allá; lo que me estoy perdiendo y lo que me he perdido. Y también dime si algo de esto tiene sentido para ti, -añades mientras sacas del pantalón el bolsillo de tu madre- por favor.
-¿Qué es? -pregunta.
-Son historias que mi madre escribió para mí, pero intuyo que hablan sobre lo que sucedió en el mundo más allá del muro, antes de que yo naciera, y necesito que me digas si estoy equivocado.
Springtrap extiende la mano.
-¿Puedo?
Le cedes el cuaderno y él se sienta en la cama a leer. Tú te mantienes de pie, caminando de un lado a otro de la habitación, nervioso, mientras él va pasando las páginas hasta que llega a la última. Entonces cierra el diario de golpe y te lo devuelve.
-Lo siento.
-¿El qué? ¿Qué ocurre?
Él se pone de pie, nervioso.
-Estoy bien. Solo necesito aire. -Trata de marcharse pero tú se lo impides. Le sujetas el brazo con delicadeza y le pides que te cuente lo que pasa.
-¿Qué has leído? Dímelo, te lo ruego. Llevo años ahogándome en esas historias, tratando de encontrarles algún sentido y creo que tu puedes ayudarme. Por favor, Springtrap -por primera vez lo llamas por su nombre, y cuando lo pronuncias sientes un cosquilleo en tus labios.
-En el lugar de donde vengo no nos dejan hablar de la guerra del viejo mundo -contesta, abatido.
-Pero ya no estás allí, estás aquí, conmigo y no con ellos.
Algo debe ver en tus ojos que lo sosiega lo suficiente como para decidir sentarse y añadir:
-Puede que me equivoque, pero creo que estas historias de tu madre narran la guerra que lo cambió todo.
-¿Qué sucedió?
Con la mirada te suplica que le eximas de explicártelo, pero tú te mantienes estoico y aguardas hasta que él se da por vencido.
-Las guerras forman parte del devenir del ser humano, al igual que el vivir en sociedad. Guerras por proteger un territorio, por conquistar nuevas tierras, por vengar una causa, por el más irracional de los odios; algunas, incluso, en nombre del amor. Las guerras fueron evolucionando con el paso de los años y, cuando ni el fuego ni las espadas ni la canción del acero fueron suficientes para combatir, se construyeron criaturas de metal para que lucharan: los autómatas.
Sientes que al escuchar a Springtrap también oyes las palabras de tu madre hablándote desde el más allá, descubriéndote que ya eres mayor para entenderlo todo.
-Pero, sin advertirlo, los autómatas fueron haciéndose más sofisticados, más inteligentes, y más fuertes. Y con la inteligencia llegó el dolor. Y con la fuerza, la necesidad de rebelarse. Exterminaron casi por completo a la raza que los había creado, y solo cuando se aseguraron que no eran una amenaza para ellos, se detuvieron. Pero eso pasó hace mucho tiempo, Golden -aclara para tranquilizarte, y te das cuenta de lo bien que suena tu nombre salido de sus labios.
-¿Y tú los has visto? -preguntas, con la garganta seca por la conmoción del relato. Cuanto más te cuenta, más necesitas saber.
-Sí. Los he visto.
-¿Libres?
Él asiente.
-Tus padres debieron marcharse cuando aun estábamos en guerra y nunca supieron que las batallas habían concluido y que ahora la ciudad era segura.- Hace una pequeña pausa en la que desliza su mirada hacia la ventana- Me pregunto si habrá más gente como tú: aislada por el miedo en otros lugares, sin saber que pueden regresar cuando quieran.
«Ahí lo tienes», piensas. La respuesta que tanto ansiabas. Pero no puedes evita sentir un hondo pesar al darte cuenta de que tus padres murieron asustados de un mundo que ya no era peligroso.
-En cuánto al espejo, mira. -añade Springtrap mientras lo saca de la bolsa de tela y acaricia el cristal.
Basta con que apoye las llemas de sus dedos en él para que una luz azulada emane de la superficie y haga que te apartes, asustado.
-Tranquilo. -te dice él, y se acerca a ti- ¿Lo ves? No pasa nada. Solo lo he encendido.
- ¿Lo crearon esas... cosas?- preguntas, temeroso.
-No, los hombres. Venga, déjame tu mano.
Con delicadeza, sujeta tus dedos y los coloca en el centro del cristal.
- No te tenses. -pide, y luego dice-: Preséntate.
Aunque algo extrañado, obedeces.
-Hola..., soy Golden.
Suena una leve campanilla y Springtrap sonríe.
-Listo. Ahora pídele lo que quieras y él te lo mostrará.
Te lo pone en las manos y tú lo sujetas como si fuera un recién nacido que pudiera romperse con el más leve de los suspiros.
-No tengas miedo -te dice él, sonriente.
- Quiero... quiero... -Tantas cosas que eres incapaz de decidirte por una y, avergonzado, haces el ademán de devolvérselo. Pero él te detiene.
-Muéstrame el mar -le dice al espejo, y al segundo siguiente la pantalla os enseña una inmensa manta azul con olas rompiendo en la orilla.
Incapaz de contenerte, sueltas una carcajada. Hasta ese momento el mar para ti no era más que viejas fotografías estáticas y pinturas en los libros. Pero en el cristal, el mar tiene vida, las olas barren el azul del agua con su espuma.
-Mu... muéstrame las estrellas -pides, y con la misma celeridad, la pantalla se vuelve tan oscura como gris está el cielo más allá de la ventana y en ella surgen las constelaciones que tu padre te ha enseñado a nombrar. -Es magia...
-Algo así, sí. -comenta Springtrap, antes de sugerirte que salgáis al jardín.
Como durante la noche, el frío se ha incrementado, le dejas uno de los abrigos de Padre para que se cubra con él. El cielo está encapotado, a punto de llover, pero eso no impide que el chico, al poner un pie fuera, respire hondo y estire los brazos como si estuviera abrazándole el más cálido de los soles.
Te dedicas a desactivar todas las trampas que has puesto al rededor del caserón, a quitar los cepos, a desmontar las cercas de espinos y a guiarle por el camino correcto, para no caer en ninguno de los socavones que habías abierto hasta que puedas taparlos de nuevo. Él te acompaña, tomado de tu mano a causa de tus insistencias, y te sigue hasta el rosal, frente al que se arrodilla embelesado. Con delicadeza, acaricia los pétalos de una de las flores y después aproxima la nariz para inhalar su aroma.(4)
-¿Qué tienen las rosas que llaman tanto tu atención? -preguntas.
-Es la primera vez que veo tantas creciendo salvajes, la primera vez que puedo tocarlas, olerlas... -dice, acariciando los pétalos.
-¿No hay rosales en el lugar de dónde tú vienes?
Él niega.
-Una sola rosa. Con su tallo y sus espinas. Eso es lo que conservábamos mi "hogar". Un tulipán, una margarita, una orquídea... Es uno de mis lugares favoritos. Puedo pasarme horas contemplando las miles de flores distintas que se guardan allí. Pero solo hay un ejemplar de cada tipo.
-¿Una por especie?
Él asiente, enseguida se queda taciturno.
-Hasta ahora nunca había sentido que necesitara que hubiera más. -La veneración con la que acaricia la flor es conmovedora. -Antoine de Saint-Exupéry, un hombre que vivió hace mucho tiempo, escribió: «Si alguien halla una flor de la que no existe más que un ejemplar entre los millones y millones de estrellas, es bastante para que sea feliz cuando mira las estrellas». (5)
-Pues ahora todas estas son tuyas -dices en un exabrupto, y enseguida sientes que te sonrojas. Pero de pronto Springtrap se abalanza sobre ti y te da un abrazo inesperado.
Tu primer impulso es el de separarte, pero logras ahogar las ganas y, poco a poco, se lo devuelves, tratando sin éxito de recordar la última vez que alguien te abrazó.
-Gracias -te susurra al oído, y con esa palabra se evaporan los últimos retazos de duda que podían quedar en tu interior.

Garden; GoldentrapDonde viven las historias. Descúbrelo ahora