Esa noche no dormiste. Hiciste guardia hasta el amanecer, desvelado por las preguntas sin respuesta que bullían en tu cabeza, pero no regresó. Poco a poco la rutina sosegó tu curiosidad hasta convencerte incluso que lo habías imaginado todo. Quizá por eso la segunda vez que la viste el susto fue aún mayor y tu primer impulso fue correr a por la ballesta que guardaba Padre en su destartalado despacho, dispuesto a acabar con la amenaza exterior. Qué te contuvo a liberar la flecha es algo que aún, a día de hoy, ignoras. ¿El peligro que pudieras alertar a otros y descubrir la posición del castillo, a lo mejor? ¿La aprensión de acabar con la única amenaza real que habías conocido en toda tu vida y el miedo a que no existieran más?
¿O quizá fue descubrir que los iris de sus ojos, bajo la luz de la luna, eran tan argentados como los del retrato de tu madre?
En cualquier caso, bastó con que él intuyera que no pensabas disparar para que huyera con gracia como una gacela a través del jardín y saltar el muro, de regreso al bosque.
Te habían descubierto, comprendiste mientras dejabas caer el arma al suelo.
Ya no estabas seguro allí dentro. El muro no parecía haber sido suficientemente alto ni el foso suficientemente profundo. ¿A todas las promesas de Padre habían muerto con él?
Una vez más te preguntaste por qué habías dejado que escapara.
Y esta vez el miedo y la ira que sentiste al no obtener respuesta te hicieron arremeter contra todo lo que había a tu alrededor. Muebles, cortinas, vajilla. El suelo se llenó de cristales, astillas y prendas rasgadas.
Eras un león enjaulado, un león temeroso y salvaje.
Padre siempre había intentado gobernarte, ponerte límites, con correas hechas de palabras y advertencias y amenazas, ¿Y para qué? Con cada nuevo augurio más miedo insuflaba en ti y la rabia más crecía.
De nada te había servido gritarle y suplicarle que te dejara salir, que te explicase por qué no podías cruzar el muro ni tampoco encender la chimenea las noches de luna llena. Quién temía que pudiera advertir la humareda sobre los tejados. Pero el ya no te lo dirá. En la parte más alejada del jardín, junto a las promesas y su cuerpo, enterraste la verdad.
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Garden; Goldentrap
AcakSiempre quisiste salir, Golden, pero... ¿No sabes que la curiosidad mató al gato?