La Orden: Parte Dos

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Catherine

Había caminado todo el día, pero por fin había logrado encontrarlo.

Mientras observo la entrada de las minas impresionada, me vuelvo hacia atrás en busca de posibles enemigos. Hacía menos de una hora había oído como unos lobos devoraban a una mujer; si esta era Helena o los lobos la misma manada de antes, Catherine no quería comprobarlo. Estaba ahí únicamente para encontrar y salvar al padre de Caperucita, y ni con sus problemas de memoria iba a poder olvidarse de eso. Si lo hacía, todos iban a morir.

       —¡Rick! —lo llamo, mientras entro con cautela. Nunca se sabe lo que puede aparecer, y no estaba de más ser precavida—. Sal ya, que se donde esta tu hija.

Apenas digo estas palabras, veo como mi hijo se adelanta rápidamente. Me quedo sorprendida.

      —Oh, Dios... Cambiaste mucho desde la última vez que nos vimos.

Aun para ser mi hijo, Rickard Red siempre fue distinto a los demás miembros de nuestra familia. Tenía los ojos verdes y el cabello oscuro, a diferencia del característico pelo castaño que comparto con Caperucita, y con el Cazador antes de su muerte.

      —Catherine... Creí que nunca regresarías —me dijo, sin dar señales de querer acercarse—. ¿Así que es verdad que perdimos la guerra?

      —Los animales nos superan en número y la gente se aleja de esta zona. Teníamos ventaja en el invierno, pero no podemos esperar hasta el próximo. Tarde o temprano nos ganarán.

Él solo miro para abajo. Lo notaba casi igual de frustrado que yo, y me cuesta no sucumbir nuevamente a la ira. Era tan tedioso saber que no podíamos hacer nada, que esos animales iban a quedarse todo lo que teníamos y nuestra única opción era huir para no morir...

      —No es el final —afirmo mi hijo, y yo pongo los ojos en blanco. Él solo me ignora—. Créeme, solo nos hace falta más gente. Si uno solo de nosotros sobrevive hasta el invierno...

      —No lo haremos si nos quedamos aquí. A estas alturas tu hija ya debe saber de la Orden, y la conozco demasiado para saber que no le va a gustar.

      —Pero entrará. Ella tiene algo que ninguno de nosotros no; confío en que, cuando llegue el día, use su inocencia para ganarse la confianza de los animales pacíficos. Aprenderá lo que tenga que aprender en otro lado mientras se gana la confianza de los animales, y cuando llegue el día volverá para vengarnos.

      —Ese plan no funcionará —le afirmo, con una mirada triste—. Ella es tan inocente que nunca matará a nadie... Por favor, hazme caso y huye conmigo. Busquemos a tu hija, a mi nieta, para poder salir y olvidar este hecho...

Rickard me lanza una mirada furiosa, con unos ojos que lo dicen todo. Él estaba ansioso de guerra, una última batalla con una muerte digna, y cuando mi hijo quería algo nunca cambiaba de opinión.

      —Los lobos se acercan, Catherine. Los escuché matando a mi esposa, reconocí sus gritos... Pero no pude hacer nada —una lagrima amenaza con aparecer en su duro rostro cubierto por una ligera barba oscura—. Tengo que acabar con ellos. Por favor, concédeme esta oportunidad de luchar, madre. Busquemos a Caperucita y contémosle todo; la Orden, tu pasado como asesina... Y luego lucharemos.

Era una locura, y una de las tentadoras. No me iba a negar, aun sabiendo que lo iba a lamentar después.

      —De acuerdo... Iremos a la guerra una vez que encontremos a Caperucita, y luego nos iremos del bosque.

Este me dirige una sonrisa rápida, a la vez que sujeta su hacha con la mano derecha. En ese sentido era igual a su hermano, el cazador.

      —¿Como le explicaremos todo, Rick? —le pregunto, desesperada—. Es solo una niña...

La Chica Roja Y El LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora