Oscuridad

88 8 2
                                    

No debo dormirme. No. El acecha. El vendrá como todas las noches. Noches interminables de terror.

Sus pasos. Sus pasos en la oscuridad. Una oscuridad de ultratumba que ahoga todos los demás sonidos de la noche.

No estoy loco. No. Mi psiquiatra se equivoca. El loco es él si se cree que me voy a tomar sus pastillas.

Mis compañeros de trabajo. Mi familia. Mis amigos. Todos. Todos piensan que estoy loco, que tengo que conseguir conciliar el sueño, que debo dormir. Locos. Si me duermo él se encargará de que no vuelva a despertar.

Todas las noches la misma paralizante agonía. Cada noche desde mi cama puedo oír cómo sus pasos se acercan cada vez más a través de la impenetrable negrura de mi casa. Cada vez más cerca. Más cerca. Aterradoramente más y más cerca de mi dormitorio.

Esta noche casi puedo oír su respiración, mientras yo no me atrevo sino a permanecer quieto, muy quieto. En silencio. Como si ya estuviera muerto.

Lleno de pavor, puedo oír ahora como él hace girar el pomo de la puerta y esta se abre casi en silencio, lentamente. Cierro los ojos con fuerza. No me atrevo a abrirlos.

Oigo sus pasos en la habitación. Se dirige despacio, muy despacio, hacia mi cama. No me atrevo ni a respirar siquiera. Siento su fétido y helado aliento en mi rostro. Voy a gritar. No puedo evitarlo. Pero sobre todo mi alma suplica a mis ojos que por favor no se abran. No. Pero la carne es débil. Y los abro.

La vecina de la casa contigua a la del difunto solloza mientras termina su declaración a los agentes de policía. Las luces de la patrulla, y las de la ambulancia se mezclan en una discordancia luminosa que desgarra la oscuridad nocturna. El cadáver, cubierto misericordiosamente por una sábana, se enfría en silencio mientras la pobre mujer afirma entre lágrimas:

—Nunca podré olvidar ese horrible grito, ese escalofriante alarido. Jamás.

En la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora