≫ Capítulo #2 ≪

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(°᷄°᷅)(>؂•̀)テヘ

El capitán del Aoba Josai iba caminando a paso lento mientras se dirigía al departamento.

Su cabeza dolía un infierno haciendo que pesara a tal grado de sentir punzadas en la zona, los ruidos molestaban y los párpados los sentía pesados. Un escalofrío recorrió su espalda, brazos y piernas e inconscientemente se abrazó a si mismo, sorbía y sentía la nariz escurrir, de vez en cuando llevaba los dedos hacia esta pero no había rastro de nada; los estornudos no tardaron en aparecer haciendo que tuviera pereza de seguir con su camino.

«¡No es posible que yo, Oikawa Tōru, me haya enfermado!
Alguien debió hablar demasiado sobre , causando esto; gente envidiosa que no soporta ver a los demás en la cima», pensó mientras llegaba al tan ya conocido edificio.

Entró sin saludar a nadie para ir directamente a las escaleras y llegar a su respectivo piso.

«¿Por qué no se les ocurrió poner un elevador?
¿¡Qué no ven que estoy muriendo!? ¡El gran rey se está muriendo!», se quejaba y dejó de hacerlo cuando llegó a la planta correspondiente, se apresuró para abrir su puerta.

En realidad, si había elevador. Sin embargo, el armador estaba en un estado tan lamentable de salud que hasta sus sentidos y orientación quedaron dañados.

Buscó las llaves en su ropa pero no las encontró, sacó un suspiro pesado y revisó la mochila encontrándolas en lo más profundo de ésta; una vez que las tuvo en manos, abrió la puerta y entró cerrándola fuertemente, lo cual se arrepintió, pues la cabeza dolió aún más haciendo que llevara una mano hacia su lóbulo parietal y tallara la zona.

Se quitó los zapatos, tiró la mochila a mitad de camino, se deshizo de la corbata y el suéter, los cuales terminaron aventados en el piso; lo único que quería era llegar a su cama y dormir.

Primero tenía que pasar por el cuarto de Iwaizumi y después el baño para al último llegar al suyo; pero se quejó cuando vio que faltaba mucho por recorrer y pensó seriamente en quedarse en la habitación de Iwa-chan.

Oikawa abrió la puerta de la alcoba, no sabía si era la de él o la del moreno pero no dio importancia cuando vio la exquisita cama llamándole; desabrochó los primeros cinco botones de su camisa y se tiró en el suave colchón para terminar tapándose.

Desafortunadamente una oleada de calor recorrió el cuerpo del gran rey para después ser sustituida por una de frío, abrazó más la cobija a su cuerpo y pegó la almohada a su cara haciendo que aspirara el aroma tan ya conocido para él que desprendía y sin más, cedió ante el cansancio dejándose llevar por la tranquilidad.

Había pasado cuarenta minutos desde que el capitán cayó dormido; se sentía peor ulteriormente de acostarse, su boca estaba reseca y su garganta tenía el típico picor haciendo que dejara salir un quejido y después un gemido de dolor.

No pasaron más de diez minutos y la segunda persona que vivía en ese departamento entró por la puerta principal para cerrarla tras de sí y quedar mirando el desastre con expresión molesta.

—¿Kusokawa? —lanzó la pregunta al aire esperando por una respuesta, pero nunca llegó.— ¿Sigues con vida? —el castaño abrió los ojos y parpadeó para enfocar su visión en la puerta, la cual se asomó una cabeza con cabellos en forma de punta.

Pequeño DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora