Peligro

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Pasaron 2 semanas y no tuve noticias ni de Antonio ni de Mila, ni siquiera de Martha.

Quién ahora me traía la comida era una señora de mediana edad llamada Rosa, a veces platicaba conmigo. Me pregunto que pensaría sobre mi situación. Siempre actuaba como si mi presencia fuera completamente normal.

La única novedad en ese tiempo fue que me llevaron un violín. No me di cuenta cuando lo hicieron, solo desperté un día y estaba allí, recargado en la puerta.

Pase varias tardes tocandolo y leyendo libros. Era mi único entretenimiento y me ayudaba a distraerme, a no pensar en nada ni nadie. Era difícil, estar encerrada se volvía un martirio. Me desesperaba no poder salir de esas cuatro paredes. Considero que enloqueci un poco por aquello.

En las noches, cuando no podía dormir, mi mente se ponía a pensar sin que yo quisiera. Me di cuenta que no tenía idea de cómo enfrentar a Mila, o si quería hacerlo. Una pequeña parte de mí creía que era todo una enorme coincidencia, que Antonio solo trataba de destruirme emocionalmente. Quizá solo trataba de consolarme a mi misma.

Decidí concentrarme en Amalia Cummings. Por lo que sabía, había muerto hace varios años (¿los míos, quizá?), tenía una familia, una hermana y sostuvo una relación sentimental con Antonio. Esas noches de insomnio sumadas con mi imaginación fueron un inconveniente: Cada teoría que se me ocurría sobre nuestra conexión era más loca e improbable que la anterior. Una incluía clonacion humana.

También tomé un hábito para darle un poco de normalidad a mi vida: Cuando la luna estaba perfectamente visible a través de la ventana, siempre a la misma hora, yo tocaba una de mis canciones favoritas de violín. Me sumia tanto en la música que una noche no me percaté de otra presencia en la habitación: Mila.

Sostenía un cuchillo filoso entre sus dedos y vestía sus ropas normales en lugar de su uniforme de mucama: Una blusa sin mangas y un pantalón ajustado. Tenía el cabello totalmente recogido y los mechones azules se le veían graciosos con su peinado.

Puso su dedo índice encima de sus labios, pidiéndome que guarde silencio. No sabía que decir, de todos modos, simplemente seguí con la vista clavada en el cuchillo. Ella pareció darse cuenta porque lo extendió hacia mi, ofreciendomelo.

—Por si nos encontramos a alguien —me susurró en una voz tan baja que tuve que esforzarme para oírla.

—¿Qué...?

—Sígueme —indicó. Empujó la puerta con tanta delicadeza que no rechino. Agarró mi mano que no sostenía el cuchillo y me jaló en dirección al exterior.

—¿A donde vamos? —pregunté en voz baja.

—Afuera —dijo mirando al frente—. Te voy a sacar de aquí.

No lo creía, no creía que eso de verdad estuviera pasando. Pensé que me había vuelto loca y todo eso era una alucinación. Por lo que fui con ella y me dejé guiar, a pesar de que sabía que no existían opciones para mí.

—¿Por qué no me dijiste que trabajabas aquí? —le reclamé dolida cuando bajábamos unas escaleras.

—Te dije que le ayudaba a mi mamá en su trabajo, que era limpiar una casa.

—Sabes a lo que me refiero... —dije—. ¿Cómo está tu madre?

Posiblemente debimos mantenernos en silencio teniendo en cuenta que nos estábamos fugando a escondidas. Pero no podía evitarlo, la había extrañado demasiado, había extrañado su voz y sus pláticas. Me sentí tan sola esas semanas que no sé cómo me resistí para no abrazarla y llorar en sus brazos.

Me PertenecesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora