Los recuerdos nunca cambian

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Antonio me quitó el cuchillo de la mano y tomó mi brazo con fuerza. Seguía congelaba por su repentina presencia que no pude oponerme.

¡Huye! Huye y quizá alcances a Mila.

Él me jaló hasta una habitación cerca de donde estábamos. Las luces estaban apagadas, pero pude distinguir que estábamos en una oficina con un gran escritorio. Antonio volteó una silla y me aventó sin cuidado allí. Cerró la puerta con seguro y ocultó la llave en su saco.

Huye y quizá la historia sea diferente.

Me era un difícil ver por la oscuridad, aún así percibí que Antonio tomaba una botella del escritorio y la bebía hasta el fondo.

¡Agarra la botella y golpealo! ¡Haz algo, maldita sea!

—Con qué intentando escapar —dijo con voz ronca—. ¿No lo has entendido? Me perteneces, Amy. Me perteneces en el sentido más siniestro imaginable. Eres mía, siempre lo has sido.

—¡No es verdad! —contradije. Antonio soltó una carcajada desde lo profundo de su garganta que me estremeció.

—¿Según quién, Amy? —Podía notar la burla en su pregunta—. ¿Tu padre? ¿Tu madre? Déjame adivinar, ¿tu mejor amiga?

Volvió a reír, con más descontrol y fuerza. Agarrandose el estómago con la mano que sostenía la botella. De pronto, se silenció el mismo. Mirando en mi dirección seriamente.

—Tienes mucha suerte, Amelia —dijo distante—. Tu existencia tiene significado, un propósito. Eres más que una simple casualidad, más que una coincidencia. Todo lo que sucedió en tu vida, pasó por algo. Cada instante que has experimentado tenía su razón de ser: hacerte la esposa ideal para mí.

Dejó el cuchillo abandonado en el escritorio al igual que la botella. Se acercó a mí en silencio, con parsimonia. Solo podía oír mi respiración acelerada.

—Beth debió inculcarte buenos modales y el arte de la cortesía. John te crió con la música de Batch, mi favorita. ¿Sabias que el sonido del violín me tranquiliza? Por eso lo aprendiste a tocar. Me gustan las mujeres con el cabello largo y el fleco a un lado, justo como tú. Mila te volvió fanática del basquetbol, a mi también me encanta... ¿Ya lo ves, Amy? Estás hecha para mí. Tu propósito en la vida es estar a mi lado. Tu vida es mía. Toda tu existencia me pertenece.

Levantó mi mentón con brusquedad. Sentía su aliento en mi rostro. Poco a poco, él reducía la distancia entre nuestros labios.

No digas nada. No digas nada.

—¿Qué hay de Amalia Cummings? —murmuré en su boca. El efecto de mis palabras fue inmediato: Se sobresaltó y retrocedió rápidamente. Tanta era su necesidad de alejarse que tiró la botella por accidente, rompiendose al tocar el suelo; su sonido pasó a segundo plano con Antonio viéndome tan intensamente.

—¡¿Quién te dijo ese nombre?! —vociferó alterado. En un acto de pura desesperación, se llevó ambas manos a su cabeza y jaló su cabello con tanta fuerza que pensé que se lo arrancaría.

Estas desquiciadas acciones me atemorizaron, pero no me iba a quedar atrás.

—¡Ella era tu novia! —le grité—. Lo sé todo. Murió y nunca pudiste superarla, por eso yo estoy aquí. ¡Hasta me pusiste su nombre!

—¡¿Qué sabes tú?! —me retó. No le contesté. Me dio la espalda y comenzó a hablar con un tono casi nostálgico—. Amalia nunca me hubiera hablado así... Ella era tan amable, tan comprensiva... —Volteó a verme con desprecio—. Tú te pareces más a tu madre: sarcástica, depresiva, rencorosa, tonta y con un corazón de pollo que no me molesté en descubrir. Ella también sabía cosas que no debería... Me culpaba de la muerte de su hermana... Kate era una cobarde, al menos en eso eres un poco diferente...

No lo demostré, pero saber que me encontré con mi madre biológica me causó un malestar en el estómago.

—¿Por qué te culpaba? —indague. Creí que si lo mantenía distraído y ocupado él se cansaría y podría escapar. Ya no se trataba de Mila y yo, estaba asustada y él era peligroso.

¡Pelea! ¡Golpealo dónde más le duele! ¡No te quedes quieta!

Amy era perfecta tal y cómo era... —Antonio esbozó una sonrisa—. A veces se ponía insegura por sus kilos de más, pero a mí nunca me importaron. —La sonrisa desapareció y dio lugar a una expresión furiosa que me hizo encogerme en mi asiento—. Sin embargo, al estúpido de mi padre si que le importaba. Le dijo que nunca permitiría que su hijo se casara con una gorda sin gracia. La humilló, Amelia. ¿Puedes creerlo? Pero Amy en verdad me amaba y quería estar a mi lado. Se puso a hacer ejercicio, dejó de comer, descuidó su salud y enfermó...

—¿Tú la amabas? —Mi pregunta fue ignorada y Antonio continuó su monólogo sin prestarme atención.

—El virus aprovechó que sus defensas bajaron... Dudo que hayas oído de esta enfermedad: la enfermedad de Crohn. Le hicieron un examen y no había ni una sola parte de su tubo digestivo que no estuviese afectado... Unos días antes de que muriera, le hicieron otro examen. De los dos mil quién sabe qué de glóbulos blanco que debía tener, ella solo tenía 19.

»No sabes lo duro que es ver morir a alguien que aprecias. Verla postrada en la cama, tan frágil... Saber que no puedes hacer nada más que ver como la vida se le escapa cada día. La última vez que hablamos me dijo que sería realmente afortunada la mujer que yo eligiera...

Contrario a lo que creía, Antonio no estaba llorando. No se veía en lo mínimo afectado por lo que decía. Sus palabras salían con tanta naturalidad que me ponía incómoda. Ni siquiera con todo el alcohol que tomó parecía haber perdido el control de sí mismo.

—Fue una experiencia muy dura para Kate perder a su hermana. Ni siquiera su embarazo le levantó el ánimo. Todo lo contrario, creía firmemente que la enfermedad era hereditaria y no quería pasar por algo tan horrible de nuevo. En otras palabras, no quería hacerse cargo de su bebé. Y yo, como buena persona que soy, me ofrecí a cuidar de él. Kate se fue al extranjero y dio a luz en secreto (Puede que ni sus padres se enteraran). Nació una hermosa niña a la que bautizó como "Amelia" en honor a su hermana fallecida...

»Yo me encargué de conseguirle un hogar, una familia. Quería darle la felicidad que Amalia no pudo gozar, se parecian tanto...

—Tus intenciones se torcieron —interrumpí enojada. Me arrepentí al segundo que esas palabras salieron de mi boca; Antonio me miró con furia, con desprecio, con odio. Le temblaban los puños y estaba segura de que quería golpearme.

—Tú no eres Amalia. Tú no eres ella. Me doy cuenta cada vez que te veo a los ojos. No es la mirada alegre de ojos verdes que ella tenía; la tuya es una mirada infeliz y amargada. Cada que te escucho hablar recuerdo que ella ya no está. Qué jamás volverá. —Azotó su puño en el escritorio y eso pareció tranquilizarlo. Ya que se quedó contemplando el cuchillo abandonado en una esquina.

¡Corre, mierda, corre!

¡No te paralices de miedo!

¡No empieces a temblar!

Él comenzó a jugar con el arma blanca. La mantenía parada con un dedo y la giraba lentamente, como hipnotizado. Luego, dirigió su vista hacia mí y dijo con voz gélida:

—Debería callarte para siempre.

No importa cuanto grite.

Los recuerdos nunca cambian.

Me PertenecesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora