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Dolor. Lágrimas. Frustración. Enojo.
—¡Maldito idiota!, ¡Bastardo!—Hinata maldecía más y más, sus sollozos iban en aumento, estaba tan enojado. Golpeando la pared lastimando sus manos.
—K-Kageyama-kun... Lo siento... Perdóname, por favor...—Hitoka dejaba caer sus lágrimas mientras apretaba la fría mano de Kageyama. Llena de dolor y culpa.
—Rey bastardo...—Tsukishima fruncio el ceño, saliendo de aquella habitación a gran velocidad.
Aunque quisiera negarlo, sus ojos no dejaban de soltar lágrima tras lágrimas.
¿Por qué dolía tanto?
Ni siquiera le agradaba, ni siquiera eran tan amigos, ni siquiera...
—Tsukki...—Yamaguchi, frente al rubio, sin dejar de llorar, lo abrazo.
Tsukishima Kei apretó los dientes s un punto doloroso.
—Rey...—Correspondiendo el abrazo, pensando en el azabache, soltó ese nombre por primera vez;—Agh... Kageyama...
—Kageyama... ¡Kageyama!
Nada.
El azabache ya no reaccionaba a ningún llamado, él ya no estaba en este mundo, y nadie podía aceptarlo.
¿Quién avisaría a los padres?, ¿Qué pasaría de ahora en adelante?, ¿Por qué no podía dejar de doler tanto?, pero... Sobre todo...
¿Por qué tenía que irse él?
—¡Kageyama!
El susodicho reposaba en la camilla. Muerto. Una sonrisa llena de paz mostraba su rostro.
Contrario a las expresiones amargas de todos a su alrededor.
—Maldición...—Tanaka secaba sus ojos con el ceño fruncido.
Suga frotaba sus adoloridos ojos luego de tanto llanto. Ya no había nada que hacer...
Ya no había nadie por quien llorar.
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