4. Pétalos de zinnias.

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La primera vez que vio un hada estuvo al borde de morir por un infarto. Eran pequeños seres luminosos que portaban finas y delicadas alas. En medio de su estudio, leyó muchas veces que las alas feéricas sólo eran decorativas. Pero el hada que se mostró ante él volaba.

No entendió por qué pudo verla, en ese momento, si no creía en las hadas. Más tarde, comprendió que Nyx lo necesitaba y, además, quería enseñarle el error en el que estaba, al pensar que las hadas eran puro invento de la imaginación humana.

—¿Por qué tienes tantas cosas aquí, pero no tienes fresas? —preguntó Zarina desde la cocina.

Poniéndose de pie, Robert la siguió. Debía acogerla en su casa durante esa noche. Si intentaba echarla de nuevo, lo más probable era que su casa terminara en llamas. Se sentía mal por haber roto su ala, aunque no tenía esa intención, pero a ella parecía no dolerle.

—Porque las fresas se compran en el mercado y yo no lo he hecho. —respondió, apoyando la cadera en un mesón.

—Los humanos son tan extraños a veces... pero interesantes, eso sí. —Mientras hablaba, prendió el microondas. —¿Qué hace esto? —Apretó el botón de apagado y lo prendió nuevamente.

—Basta. —Alejó la mano de Zarina del horno y lo desconectó del toma corriente. —¿Por qué actúas así?, Nyx no lo hace.

—¿Actuar cómo? —Olvidándose del microondas, abrió el refrigerador. —¡Vaya! —Sacó un huevo y lo tiró al piso.

La cáscara se partió y el espeso líquido ensució el suelo.

—¿¡Qué haces!? —bramó Robert apresurándose a cerrar la puerta del refrigerador.

Zarina dio un paso atrás, con mueca de desconcierto.

—Se supone que...

—No hables... Sólo deja de tocar las cosas. Quédate ahí. —Señalándola, tomó un viejo trapo de cocina y limpió la viscosidad.

Tiró la cáscara rota a la basura y volvió a mirar a Zarina.

—¿En donde vives no hay cosas como estas? —preguntó, haciendo referencia a los utensilios de cocina.

—Oh, no. No es necesario. —le respondió encogiéndose de hombros. Suspirando, Robert le ofreció una manzana.

Sabía que las hadas sólo se alimentaban de frutas y vegetales, rechazando todo lo que implicara un animal muerto. No quería ni imaginarse cómo reaccionaría si le ofreciera tocino.

—¿Por qué no es necesario?

Una vez que Zarina aceptó la manzana, tomó un racimo de uvas para él.

—Hay un grupo de hadas encargadas de recolectar los alimentos. Ellas los distribuyen a las hadas del reino.

—¿Sólo un grupo de hadas se encarga de eso?, ¿y el resto? —Robert estudiaba a las hadas, y a cualquier otro tipo de criatura. Sin embargo, existían detalles, pequeñas cosas, que no podían aprenderse en libros.

—Oh, todas colaboran. Unas se encargan de los animales, otras de las plantaciones, esas tienen que ahuyentar a los roedores; trabajo duro; también se encargan de la limpieza, distribución de información... ―Dio un gran mordisco a su manzana.

—Espera. ¿Dices que se encargan de ahuyentar roedores?

—Pues claro, quieren comerse las plantas.

—¿Cómo lo hacen?

—Tienen guardianes. Tú has dicho... perro. Sí, perros, pero más pequeños que el tuyo.

Destellos de un hada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora