6. Las flores también sufren.

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Robert la miró con incredulidad, ¿Reino Feérico?, ¿él?

—¿Quieres decir que tú irás al Reino Feérico?

—¡No!, debemos ir los dos. Titania ha sido muy clara, tú vas a ayudarme.

—¿Cómo voy a ir allá? —preguntó Robert, aún sin poder creérselo.

Entendía las consecuencias de que un humano visitara el Reino. Lo devolverían al Mundo con la expresa orden de no comer productos derivados de animales, o algo igual de espeluznante.

—Bueno... —Zarina arqueó una rubia ceja. —Conozco a alguien que puede hacerte tan pequeño como un hada, así podrás cruzar el portal al Reino.

—No quiero parecerme a un hada. —dijo Robert con horror grabado en su rostro.

Zarina se acercó y lo tomó de la mano, en un inesperado intento de reconfortarlo. Pero Robert no necesitaba ser reconfortado, necesitaba un borrado de memoria, olvidar que las hadas existían.

—No puedo llevarte al megalito, pero puedo traer a Teg hasta aquí. No tardaré demasiado.

Y con eso, Zarina tomó su forma diminuta y desapareció hacia la habitación. Robert la siguió, dispuesto a dar batalla. No le importaba lo que pudiese quemar, no quería ser del tamaño de una nuez. Pero Zarina ya no estaba.

* * * *

Aproximadamente tres horas después, Zarina apareció en su casa acompañada de otra hada. Esa brillaba aún más, si eso era posible, y estaba envuelta en una luz con tinte verde. Por suerte, no aparecieron mientras se bañaba, porque estaba seguro de que Zarina habría entrado en la ducha sin importar su estado.

Ambas tomaron forma humana. El hada desconocida llevaba un largo vestido verde, del mismo color que sus ojos, y lucía cabello negro.

—Ella es Teg, puede convertir a cualquier ser humano en lo que desee.

—¡Hola! —Teg le tomó la mano y la sacudió un par de veces.

—Hola. —Robert asintió hacia ella, temiendo por su futuro. 

El sol ya se había ocultado, dejando paso a la luz de la luna. ¿No era la luz de la luna la que sellaba una maldición?

—Bien, tengo prisa. Un grupo de hadas ha hecho travesuras, requieren mi ayuda para devolver a un humano a su forma. —Se carcajeó durante un momento. Robert tragó con dificultad. —Así que irás al Reino Feérico, te deseo suerte —dijo entre dientes, con resentimiento —. Ahora, no hables, no te muevas, necesito completo silencio.

En ese instante, Sparky entró a la sala dando ladridos y gruñendo a Teg, quien dio un brinco.

—¡Sshh! —siseó Robert y el perro se acomodó bajo el escritorio, con aire triste.

—Bien, veamos.

Teg tomó su forma feérica y él pudo notar que lo recorría con la mirada. Durante unos minutos, nada sucedió. Cuando comenzó a relajarse, creyendo que no funcionaría, orbes verdes emanaron del cuerpecillo de Teg y rodearon el suyo. Las motas de luz le provocaron cosquillas, pero pronto se convirtió en un dolor colosal. 

Gruñó, tratando de reprimir un grito en vano. Sentía sus huesos encogerse, las articulaciones rompiéndose y los músculos rasgándose a su paso. Un intenso calambre recorrió su espalda. Un grito gutural quemó su garganta cuando fue el turno de sus piernas, los tendones de su rostro se retorcieron y contrajeron con la agonía, mientras su respiración se aceleraba tanto que pronto se le hizo imposible llevar oxígeno a sus pulmones.

Destellos de un hada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora