9. Secretos y Damas Blancas.

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La lluvia repicaba con fuerza en el parabrisas y los rayos iluminaban el cielo encapotado. El sol se había escondido, dando paso a nubes grises y furiosas. No sabía si Zarina era la causante de la lluvia, pues desconocía hasta dónde llegaba el descontrol de su magia, pero seguro que no se lo preguntaría.

—No lo entiendo. ¿Por qué estaría Titania con el hada que quiere destruirnos?, ¿por qué un hada bondadosa querría destruir a su propia comunidad? —preguntaba casi para sí misma.

Robert dudaba sobre si contarle a Zarina su relación con Nyx. Quería ser sincero, pero no quería enojar a ninguna de las dos hadas.

—¿Crees que Titania se haya burlado de mí? —preguntó directamente hacia él.

Sin mirarla, con la vista puesta en el camino, Robert negó.

—No lo creo, es una reina, ¿por qué desperdiciar su tiempo en bromas?

—Cierto. Además, me dio el Diamante de la Disposición.

—¿Qué es eso?

—Es un diamante muy preciado y cuidado dentro del Reino Feérico. Puede encontrar a la reina, donde sea que esté, y la ata. No la libera hasta que ésta conceda el deseo de quien la haya buscado.

—Yo no le daría ese poder a cualquier persona, Zarina. La reina quiere algo de ti. Quizá esa bruja se equivocó, ¿viste sus ojos? —Robert fingió un escalofrío. —Y pensar que quería besarme...

—No creo que Naeria se haya equivocado. —dijo ignorando la última frase. —No conozco al hada que mencionó, tendré que preguntarle a las Damas Verdes, alguna sabrá sobre ella.

—Zarina... —carraspeó—No es necesario que preguntes, sé quién es Nyx.

—¿Qué?

—Verás...

—No, espera. —le interrumpió, alzando una mano. Miró el camino, encharcado por la lluvia que caía, y de repente giró su cabeza hacia él. —Dijiste que yo no actuaba como ella, esa noche en tu cueva.

—Bueno, sí. Pero esa no es la cuestión... —Un árbol se estremeció con el impacto de un rayo. Sorprendido, se salió del camino y tuvo que esforzarse para devolver la camioneta al carril correcto. —Nyx fue quien me dio todos los libros sobre hadas, fue ella quien me hizo tener alucinaciones y, además, fue quien me entregó el libro que abrió el portal hacia Titania.

—¿Por qué no me habías hablado sobre ella? —preguntó Zarina y otro rayo cayó sobre un árbol al lado del camino. Esa vez no se sobresaltó.

—Nyx me prohibió hablar sobre su visita —trató de explicarle—. No me apetecía alucinar una vez más.

—¡Debiste decirme, yo he confiado en ti! —Esa vez, un rayo cayó justo en la carretera. Robert frenó, enviándolos a ambos hacia adelante, el golpe detenido por los cinturones de seguridad.

—¿Puedes controlarte?, harás que un rayo caiga sobre nosotros. —Soltando el volante, se giró hacia Zarina. —No se trata de confianza, ¿de acuerdo?; si hubiese sabido que Nyx estaba detrás de todo esto, te lo habría comentado.

—Llévanos a tu casa. —Zarina se recostó en el asiento y miró firmemente hacia adelante, sin volver a pronunciar palabra.

Cuando llegaron a la casa de Robert, la lluvia había cesado.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Robert cerrando la puerta de la vieja camioneta luego de bajar. Zarina entró a la casa sin esperarlo. Al entrar, Robert observó cómo cambió a su forma feérica. — ¿A dónde vas?

Destellos de un hada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora