Salome 2

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JOKANAAN:

    —Atrás, hija de Sodoma. ¡No me toques! ¡No profanes el templo del Señor, mi Dios!

    SALOMÉ:

    —Tu pelo es hediondo. Está áspero de polvo y desaseo. Es como una corona de espinas puesta en tu cabeza. Es como una serpiente enroscada a tu cuello. No me gusta tu pelo. (Con tono muy apasionado) Lo que me seduce es tu boca. Tu boca es como una banderola escarlata izada en una torre de marfil. Es como una granada, partida con cuchillito de plata. Las flores del granado en los jardines de Tiro, más encendidas que rosas, no son tan encarnadas. Las bermejas fanfarrias de los clarines que anuncian la llegada de los reyes y cuyos sones hacen temblar al enemigo, no son tan rojas como tu roja boca. Tu boca es más bermeja que las plantas de los hombres que vendimian el mosto en los lagares. Más encarnada es que las patitas de los palomos, que anidan en el templo al cuidado de los sacerdotes. Más roja que el que torna de la selva, de matar leones y luchar con tigres dorados. Tu boca es como un ramo de coral en la penumbra de los mares que el pescador saca de lo hondo y guarda para el potentado; como la púrpura en las minas de Moab, la púrpura de los reyes. Es como el arco del rey de Persia, pintado de rojo y adornado con cuernos de coral. (Enajenada) Nada en el mundo es tan rojo como tu boca. Déjame que te la bese.

    JOKANAAN (Quedo, con un calofrío):

    —Nunca, hija de Babilonia, hija de Sodoma… Nunca.

    SALOMÉ:

    —Quiero besar tu boca, Jokanaan. Quiero besar tu boca.

    NARRABOTH (En el colmo de la angustia y la desesperación):

    —Princesa, princesa, la que es como un jardín de arrayanes, la paloma de las palomas, no es del gusto de ese hombre. No le digas esas cosas. No puedo sufrirlo.

   

    SALOMÉ:

    —He de besar tu boca, Jokanaan. He de besar tu boca.

    (Narraboth se hunde el puñal y cae muerto entre Salomé y Jokanaan)

    PAJE:

    —El doncel sirio se ha dado la muerte. El capitán de la guardia acaba de quitarse la vida. Mi amigo del alma, al que yo había regalado un cofrecillo de perfumes y unas arracadas de plata, ya no existe. ¡Ah! Con razón presagiaba él mismo una gran desventura. También yo lo predije y así ha sido. Por algo parecíame que la luna andaba como buscando un muerto; mas no pude pensar que él hubiese de ser la víctima. ¡Ah! ¿Por qué no lo recaté de la luna? ¿Por qué no lo oculté en alguna cueva? Así no hubiera podido dar con él.

    SOLDADO PRIMERO:

    —Princesa, nuestro joven capitán acaba de matarse.

    SALOMÉ:

    —Déjame besar tu boca, Jokanaan.

    JOKANAAN:

    —¿No sientes pavor, hija de Herodías?

    SALOMÉ (Como desesperada):

    —Déjame besar tu boca, Jokanaan.

    JOKANAAN:

    —Hija del adulterio, sólo hay uno que te puede salvar. Ve, corre en su busca (Con suma vehemencia), búscale. Está en una barquilla en el mar de Galilea y habla con sus discípulos. (Con imperio) Arrodíllate a orillas del mar, invócale y llámale por su nombre. Si se llega a ti, y a todo el que le llama se llega, arrójate a sus plantas para que te perdone tus pecados.

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