Locura.

El comienzo de una locura.

El cuerpo de Viktor arremetía contra el cuerpo de la pequeña pelirroja, creando un vaivén rápido y violento, haciendo que ésta ajustará sus uñas en su espalda y hombros, desatando aún más el placer que le provocaba el cuerpo ajeno.

Y le era aún más excitante y gracioso saber que mientras el disfrutaba de un buen polvo, el pobre Yuuri estaría llorando en lo que alguna vez fue la cama de ambos. Así, logró llegar al tan ansiado orgasmo, corriendose en el condón y dejando a la chica con la respiración pesada y sus mejillas rojas.

Pero, claro. Estaba muy equivocado, Yuuri estaba en su cama, claro. Pero estaba haciendo lo mismo que él, en diferentes roles. Era él el que recibía placer de un cuerpo ajeno, y éste no era nadie más que Yuri Plisetsky, era ese menor el que le daba el placer que tanto ansiaba, era él el que le daba el amor que necesitaba.

Claro, ahora mismo sus caderas dolian y sus ojos revosaban de felicidad. Amaba a Yuri, eso lo tenía muy claro. Pero, también quería a Viktor, aunque lo golpeara, humillara y obligará a hacer cosas que no deseaba.

En realidad, lo odiaba. Sí, en definitiva lo odiaba más de lo que lo amaba.

Iba a hacerlo sufrir, iba a hacerlo pagar por todo el dolor, lágrimas, cortes y cicatrices que él provocó.

Y no lo haría solo, tenía el incondicional apoyo del rubio. Y sabía que éste también iba a disfrutar mucho ese gran espectáculo.

Ya que varias veces había tenido que ver los moratones que le dejaba el platinado a su Yuuri por sólo no querer hacerle una mamada.

También tuvo que ver las veces que Viktor le gritaba a Yuuri cada vez que éste no clavaba un salto. Desde que tenía quince años había amado al mayor, y ver como alguien más lo lastimaba le llenaba de un fuerte rencor, esos que queman y te hacen enloquecer.

Ambos Yuris estaban abrazados en la cómoda cama mientras planeaban su fantástico espectáculo. Haciendo que ambos sonrieran enamorados y provocándole al castaño un hermoso sonrojo.

Allí, en esa cama, en la cama de Viktor. Planearon la tortura del mismo.

Ahí fue el comienzo de la locura.

Una locura provocada por el amor, la excitación y la fiel compañía de un tercero.