XXIV

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Radditha se convulsionaba dando ligeras sacudidas, mientras que el joven creador sostenía entre sus brazos al androide, derramando por ella las lágrimas que no podía producir.

El suelo encharcado reflejaba las chispas del generador quemado, la piel de Radditha se encontraba ennegrecida y el acre olor inundaba el ambiente, su hermoso cabello de fibra de nylon color rojo No.2 se había consumido casi por completo y ahora era una masa apelmazada en un costado de su cabeza.

El resto sólo observaba impotente cómo lo más parecido a una vida que había tenido aquel... aquella persona, se iba extinguiendo; el alma artificial contenida en su núcleo central agitándose ansiosa por salir.

Radditha acariciaba la mejilla del joven creador, contemplándolo como si lamentara su dolor y se preguntaba como sería sentir el calor de su piel, deseando comprender la razón de su tristeza. Pero ella tan sólo era un androide, una marioneta sofisticada de gran estética, una cáscara vacía sin sentimientos reales, programada con más de siete millones de respuestas automáticas ante estímulos y un software de aprendizaje.

Las flores artificiales no son flores.

Era imposible que aquello que detectaba oprimir su núcleo central fuera compasión.


En un escaparate, guarecido en el anonimato tras las proyecciones holográficas de los anuncios en el cristal, alguien contemplaba la escena; el reloj de bolsillo en su mano, totalmente anacrónico, destacaba menos que el ceño fruncido y su gesto de impaciencia.

Finalmente, el anciano guardó el reloj en el bolsillo del chaleco, justo encima de su corazón, ambos pulsos tan perfectamente coordinados que resultaba perturbador. Salió a la acera sin prisa, contrariando su expresión.

El relojero miró a aquel ser que le causaba tanta repulsión, que le parecía tan inhumano, tan grotesco, antinatural, falso... fingiendo no ver el alma artificial que se elevaba desde el pecho desnudo del androide hasta perderse en el cielo gris sólido, apretó los puños dentro de los bolsillos tratando de contener la sonrisa que amenazaba con elevar sus comisuras.

La lluvia caía. Fría, ligera e infinita; empapándolos lentamente sin que les importara y lavando el tizne del rostro de Radditha, tatuando negros chorretones en sus mejillas, brindándole las lágrimas que su no-existencia y la ausencia de lagrimales en su diseño no le permitían.

El joven creador no se dio cuenta de nada, aún cuando Radditha jaló su bata por última vez y continuó llorando.

Cuentos Fumados Para Personas InsomnesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora