Capítulo 21

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Removí el zumo con una cuchara para que la pulpa no se quedara abajo y me bebí de un trago lo que quedaba.  Di un respingo al notar los brazos de Niall en mi cintura, mientras acariciaba esta con sus manos. Me correspondió con un beso en la mejilla y yo se lo devolví.

—Buenos días —dijo con voz ronca y adormilada —¿Qué haces vestida a está hora de la mañana? —preguntó con el mismo tono de voz.
—Me voy a dar una vuelta. ¿Quieres que te traiga algo?
—Quédate...

Sonreí para mí misma al comprobar su estado de ternura.

—¿Qué pasa? ¿Qué el señor Horan está tontorrón esta mañana? —le pregunté mientras una sonrisa burlona salía de mis labios.
—Puede ser —respondió mientras me atraía hacia él y me daba un beso en los labios.
—Me voy. Voy a llegar tarde.
—No —dijo exagerado— no llegas tarde porque vas tú sola. Eres tú la que se quiere ir. ¿No es así?

Reí ante su actitud y con un beso en la mejilla me despedí de él.

(...)

Mis pies caminaban sin dirigirse a un punto fijo mientras mi mente daba vueltas a todo. Pensé en lo feliz que era en este instante de mi vida, pero a su vez lo frustrante e incómodo que era todo. Pensé en como mi vida había vuelto a renacer en apenas un par de semanas. En cómo todo había vuelto a tener sentido. Cómo Niall había sido capaz de darle un rumbo a mi vida. Pero los pensamientos sobre mi padre entraron en cuanto mi vista se topó con la imagen de aquella biblioteca que me había devuelto al desasosiego. Me mordí el labio inferior con la esperanza de retener un suspiro. La idea de no poner un rumbo fijo no resultó una idea muy eficaz, pues acabé en el lugar equivocado.
Mi instinto me hizo entrar a aquel lugar, aunque mi corazón no quisiera. Subí las escaleras de caracol lentamente con mucho sigilo. Llegué a la gran cristalera y miré a través de ella con nostalgia. Me acerqué a ella mientras mis zapatos resonaban por toda la biblioteca. La cristalera se abrío y me dio paso a una cantidad inimaginable de estanterías con cientos de libros infantiles en ellas.
Recordé entonces el libro que mi padre leía el día que nos vimos aquí después de tanto tiempo: Enid Blayton.

Enid Blayton era una escritora que me maravillaba cuando era pequeña. Escribió un libro en el que recopilaba un montón de cuentos infantiles en el que cada uno reflejaba una moraleja diferente. Mi madre me leía uno cada noche.
Siempre me dije a mi misma que sería como ella: valiente, segura. Que aprendería de sus pasos con ella a mi lado. Ella me lo prometió. Y sé, que de alguna forma ella sigue conmigo, ayudándome a tomar la decisión correcta.

Con la mirada encuentré el libro y una extraña sensación de alivio se sumergió en mí. Cogí el libro con las manos y lo abrazé contra mi pecho. Un par de lágrimas corrieron por mi rostro mientras me mordía el labio para evitar los sollozos. Una voz grave interrumpió mi momento nostálgico.

—¿Le puedo ayudar en algo, señorita? —dijo mientras me limpiaba rápidamente las lágrimas de mi cara sin que me viera.

Giré mi cabeza para encontrarme a la persona que menos me apetecía ver del mundo: mi padre.

Estaba apunto de preguntarle que hacía allí, pero su uniforme le delató.

—A sí qué, ¿trabajas aquí, eh? —respondí con una sonrisa fingida. Ya era hora de que pensanse como amiga, y dejara la actitud de enemiga en otra parte, aunque no es que tuviese muchas ganas.
—Sí, tengo que ganarme la vida de alguna forma.

Durante unos instantes se produjo un silencio incómodo que propagó en la sala. Iba a decir algo, pero mi padre fue más rápido y habló primero:

—Me gustaría hablar contigo. Tengo cosas que contarte.

Su rostro se puso blanco como la cal y sus ojos empezaron a brillar cón fuerza.

—Bien, —dije con un pequeño nudo en la garganta —pues empieza.
—Aquí no —dijo con algo de firmeza.

(...)

Pegué un sorbo al café mientras el líquido caliente atravesaba mi garganta. Miré a los ojos esmeralda de mi padre que reflejaban ternura. Despedida.

Le tenía algo de temor a esa palabra. A lo mejor, él sabía que esta sería la última vez que me viese. Y, aunque no me gustaba nada reconocerlo, me daba pena y miedo.

A continuación sacó un montón de papeles y los apiló encima de la mesa. Después, cogió mi mano y la rodeó con la suya. No me sentía muy cómoda, pero decidí que no era momento de interrumpirle.

Mi alma se cayó a los pies cuando mi padre pronunció aquellas tres palabras: «cáncer de huesos».
Quería llorar. Irme a casa y echarme en la cama a llorar. 

La cosa emperó cuando me dio todos sus papeles. Sus informes, sus análisis, sus TACS...

—Revísalos si no te lo crees —dijo. No iba a decirle que no. Ahora era ya la que no estaba en condiciones de reprocharle nada. 
—Vale —dije casi en un susurro.

(...)

Casi podía decirse que las piernas me fallaban al andar. Seguía conmocionada por lo que me había dicho mi padre. Prefería ahorrarme el llanto para casa, aunque, sin poder evitarlo, estallé en lágrimas en medio de la calle. Ahogué todos los gemidos que pude y me senté en un banco. Absorbí la nariz y me limpié las lágrimas lo más rápido que pude. Empezé a revisar los papeles, aunque pensé que tal vez sería una mala idea. Y lo iba a ser, desde luego, pues todas las noticias que habían en esos papeles eran pésimas; encontré un papel que estaba metido en un sobre, al abrirlo me encuentro con que está cuidadosamente doblado. 

Dos meses. Sesenta y un días. Mil cuatrocientos sesenta y cuatro horas. Ese era el tiempo que le quedaba a mi padre de vida. 

Casi estaba sin respiración. Sentía que el mundo se me venía encima. Yo estaba echándole en cara todo lo que había pasado en mi infancia mientras él, luchaba por sobrevivir un día más.

Llegué a casa aturdida y afligida. Tenía ganas de llorar y de ser invisible durante un rato. Le dí un beso a Niall y me senté en el sofá. 

—¿Va todo bien? —preguntó con un hilo de voz.
—Déjame sola, por favor. 

Y así es como me quedé. Triste, conmocionada, desolada.

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[El capítulo está sin editar, mañana lo haré duh xd]

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Escondidos → Niall Horan || (sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora