"Problemas en el paraíso"

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—Así que te mudas a Madrid—habló Mangel. Dalas percató en su presencia.

Rubén acababa de excusarse para recoger un par de cosas de su puesto, y Dalas lo había visto macharse y perderse entre la poca gente que se dispersaba por la nave a aquellas horas de la tarde.

—Sí—respondió él escuetamente, sin prestarle mucha atención. Mangel se movió a su alrededor.

—Y vas a dejar a tu novia, entonces.

Dalas se volteó en su dirección, con algo de interés hacia el giro que tomaba aquella conversación forzadas por parte del otro chico.

—Puede.

Mangel refunfuñó algo. Parecía que estuviera intentando soltarle algo, aunque no supiera cómo. Seguramente, pensó Dalas, es algo que no quiero oír.


—Escucha—empezó a decir. Dalas lo observó fijamente con la intención de intimidarlo.— Me he fijado en cómo Rubén te mira.

Dalas sintió que algo en el pecho se le estrujaba. No dijo nada.

—No sé si ya ha pasado algo, o si él... no sé, le gustas nada más.—Mangel miró nerviosamente a su espalda. Quizás le preocupara que Rubén apareciera.

—No sé de qué me hablas.

—Si no sabes por qué te digo esto,—Se acercó a él— es que debes dejar de ilusionarle con eso de acabar con tu novia.—Mangel bajó el tono—.Si de verdad eres tan ciego como para no ver cómo te mira, aléjate de él.

Dalas no llamaba desde hacía tres días. Tres días, dieciséis horas y unos cuantos minutos.

Rubén no le había llamado ni mandado un mensaje desde hacía un día. Y estaba empezando a preocuparse. Aunque había creído que después de escuchar a su mejor amigo confesando que había ordenado a Dalas alejarse de él, no podría estar más preocupado. Pero resultaba que sí.

Tras una cena tan incómoda como corta, Dalas había salido huyendo de su casa sin despedirse de ningún modo. No lo había mirado durante la cena, y se había excusado con su cara inexpresiva. Aquella que había usado para desechar cualquier tipo de relación entre ellos dos, hacía menos de un mes.

Mangel tampoco se había comportado como de costumbre. Estaba huidizo y nervioso. Seguramente sabía que Rubén había escuchado su conversación con Dalas. No confiaba en sus dotes de interpretación para actuar como que no acababa de caérsele el mundo a los pies.

¿Tan rápido habían comenzado los problemas? ¿Y justo de parte de su mejor amigo?

Rubén estaba tumbado en su cama. No tenía ni idea de qué debía hacer. ¿Llamarlo hasta que se cansara de él? ¿Darle su espacio hasta que se olvidara de su existencia?

Con una efectividad propia de un cerebro saturado de dudas, colocó el trípode y la cámara. La encendió y se puso a hacer un vídeo. Lo llevaba pendiente desde hacía unos días, y aunque internamente no se sentía con el humor de realizarlo, una vez lo hubo iniciado, la inercia lo guió todo. Ignoró todos los mensajes que le llegaban, alguna llamada, el timbre una vez, y antes de darse cuenta, había acabado con el vídeo.

Al acabar, salió de su habitación. Mangel no parecía estar en el piso. Era de noche y no había ninguna nota que explicara su ausencia.

Rubén trató a llamarlo, pero saltó el contestador.

Unas voces llegaron de la calle.

Rubén se montó en el ascensor. La puerta del portal estaba abierta, y Mangel hablaba con alguien.

No, no hablaba; peleaba.

Y no era alguien, era Dalas.

—Te dije que te marcharas—decía Mangel, claramente alterado.

—No tengo porqué hacerte caso—contestó Dalas, con una actitud totalmente distinta. Ambos estaban enfadados, pero mientras que a Mangel se le hinchaba una vena en el cuello, Dalas se mostraba quieto y mortífero.

—¿Qué está pasando?

Mangel y Dalas lo miraron sorprendidos.

—Vete dentro—dijo Mangel.

—Deja de dar órdenes cuando no te incumbe. Quédate, Rubén—repuso Dalas, retando a su mejor amigo.

—No tengo que hacer caso a nadie—replicó Rubén. La calle estaba oscura y bastante vacía, pero aún así, algunos viandantes los observaban.—¿Qué está pasando?

—Intenta separarnos—respondió Dalas. Ahora empezaba a mostrarse furioso.

Rubén temía que se pegaran, y se posicionó entre medio. Le puso las manos en el pecho a Dalas. Se acercó a su cara y susurró:

—Pues no dejes que lo haga. ¿Dónde has estado?

Dalas lo miró cómo si lo hiciera por primera vez. Su cara se transformó de la ira a impotencia.

—Cada vez que me acerco a alguien, me hacen daño—murmuró. Rubén se había olvidado de Mangel y de estar en medio de la calle, a la vista de todo el mundo.

—Pues no lo arregles haciendo daño a mí.

Dalas tragó saliva, y miró al suelo. Rubén se separó de él. Mangel ya no estaba.

Entonces, tal como había llegado, Dalas se marchó. Con las manos metidas en los bolsillos, perdiéndose entre el gentío de personas que se había congregado a su alrededor.

Pero Rubén, incapaz de preocuparse por aquello en el momento, subió al piso. Su mejor amigo estaba encerrado en su cuarto.

Y su teléfono no cesaba de vibrar y sonar, con los mensajes de todas las personas que habían visto en internet sus fotos inéditas con otro famoso youtuber.


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Se vienen los problemas. 

¿Qué os ha parecido? ¿Parte favorita, crítica constructiva, comentario? 

Sentimos haber tardado tanto, pero esperamos que la espera se compense con el salseo de este capítulo, en el que todo se viene abajo. 

Gracias por leer☺

Secret (HOT. Dalas & Rubius)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora