Ocho

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A las cinco exactas sonó el timbre como lo había sido los días anteriores, cada uno de ellos a la misma hora llegaba la fotógrafa y partía sesenta minutos exactos después.

—Buenas tardes Ilinca.

—Buenas tardes Foss.

—Aby, hola pequeña, —dijo cuando la niña llegó a recibirla— ¿qué sucede?

La chiquilla lucía triste y solo negó abrazándose a ella, hundiendo su rostro contra su cuerpo, sabía que ese era el último día de visitas de Foss. Mañana a primera hora partiría rumbo a Londres y de ahí a algún lugar donde la enviaran, ahora era corresponsal en la BBC.

—Oh Aby, cielito, yo también te extrañaré —Acarició con mimo su cabello castaño.

—¿Tienes que irte? —preguntó con su rostro aún pegado a su cuerpo.

—El trabajo no puede esperar —dijo Sebastian al bajar las escaleras con un tono bastante serio en su voz.

Eso hizo que la niña la soltara un poco y mirara a su padre que bajaba el último escalón.

Su madre solo negó y vio a su hijo que había decido ignorar la advertencia implícita en esa mirada cansada de su madre.

—Tu padre tiene razón —acotó firme sin demostrar que ese mordaz comentario le afectaba.

Su estancia en Nueva York llegaba a su fin, nadie ni siquiera Sebastian Stan arruinaría la última hora con Abigail.

—Bueno yo me voy —anunció Ilinca para sorpresa de ambos adultos —fue un gusto Foss, espero volver a verte.

Le sonrió un poco, habían sido sinceras sus palabras, como madre la entendía, no estaba de acuerdo en sus decisiones pero sabía lo doloroso que sería separarse de su hija después de la increíble oportunidad que había obtenido de convivir y poder conocerla por ella misma.

—Gracias Ilinca.

La mujer mayor salió de la propiedad sin mirar atrás, esperando que Sebastian hiciera lo correcto.

—He traído un obsequio para ti —dijo Gia una vez la puerta se cerró y la niña le prestaba atención, pues le pareció extraño que se marchara su abuela.

—¿Qué es? —indagó con curiosidad.

—Descubrelo por ti misma.

Sacó una caja rectangular un poco más pequeña que una hoja de maquina de su bolso, la niña imaginó que quizas sería algun libro, pues le había comentado su gusto por la lectura, rompió el envoltorio y lo mostró a su padre.

—Es un marco electrónico, podrás exhibir tus fotos en ella, así no elegirás solo una a diferencia de un marco convencional, tu papá podría ayudarte con eso.

La niña miró al ojiazul y este asintió con media sonrisa en sus labios, pues la chiquilla parecía encantada con la idea.

—Nos tomas una foto papi —pidió la niña extendiéndole la cámara que había estado colgada en su cuello con una correa rosada.

—Por supuesto mi niña —enfatizó sus últimas dos palabras.

Eso había sido otro golpe bajo, "mi niña", ella sabía y estaba plenamente consciente de que había perdido la oportunidad de ser su madre desde el momento en que la dejó a su cargo.

Ambas ojiverdes posaron, la mayor se obligó a fingir una sonrisa, que contrastaba con la tristeza y culpa de sus ojos esmeraldas.

Pasó la hora conversando con ella, acerca de su regreso al trabajo y lo emocionada que estaba al regresar a cumplir con su labor, el actor solo asentía con pequeños sonidos de afirmación cuando su hija trataba de incluirlo en la conversación.

Papito》 Sebastian StanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora