VII

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1 mes y una semana después.

Sharon POV

  —Sáquenme de aquí—a penas podía mantener mi cabeza, esta caía rendida ante el sueño, hambre y sed—, se los ruego.

Ni un guardia se dignó a mirarme, los dos se mantuvieron dándome las espaldas y supuestamente protegiéndome. Pero lo único que hacían era mantenerse parados enfrente de la celda.

  — Escúchenme—intenté levantarme del frío suelo pero fue un paso en falso, volví a caer y sentarme en este —. Yo no soy de aquí, lo juro, yo debería estar en casa. Hace menos de un mes estuve allí pero ahora resulta que ya no volveré allí jamás, si ustedes estuvieran en mi lugar estarían igual de confusos.

  —¿Qué hora es?— le preguntó un guardia al otro, haciendo caso omiso a lo que dije.

 — Ya es hora de su entrenamiento—el otro guardia hizo un ademán con la cabeza apuntándome a lo que el otro comenzó a abrir la puerta de la gran y oscura celda.

  Sorprendida ante este acto, gateé con dificultad hasta la puerta, pero al ser abierta, el guardia pateó mi cabeza y caí desmayada.

Desperté en una gran sala con estilo medieval, esta tenía grandes ventanas que dejaban iluminar todo el salón. Miré hacia mis extremidades, estaba atada de pies y manos en una silla de madera. Débilmente levanté mi cabeza y dirige mi mirada hacia el frente. Pestañeé unas veces y me di cuenta de quién estaba a unos metros de mi, también atada.

—¿Tracie?—intenté sacar la voz, pero solo salió un miserable susurro.

—Ella ha estado el mismo tiempo que tú—a mi lado apareció un señor elfo, el cual  se colocaba unos guantes de cuero y su mirada se concentraba en eso—. Sorprendente, ¿no?, pues lo más sorprendente es que, ya terminará el cambio de cuerpos.

Ya había olvidado por completo el intercambio de cuerpos y su propósito. Sé que ellos me llamaban "la heredera", pero tras que me trataran como me han tratado hasta ahora, me parecía que todo esto era una mentira. Las cosas utópicas de este lugar ya se habían vuelto normales para mi, y no es extraordinario que digamos. Sé que quizá, de chica siempre quise conocer la magia, los elfos, las hadas... pero nunca pensé que la verdadera realidad sería así. 

  —Nic, desata a la otra chica— y un guardia apareció de la nada, se acercó a Tracie y cortó las sogas que la ataban, ella al parecer estaba inconsciente, ya que cayó al suelo—, ya es hora—miró un reloj de arena que había en una mesa al otro lado mío.

— ¿"Ya es hora"? — repetí sus palabras.

— El reloj de arena indica que ya es hora, el intercambio de cuerpo ha acabado—se acercó a mi y con una navaja cortó la manga de mi sucia camisa, dejando ver la inexistencia del antiguo reloj que solía estar en mi muñeca izquierda—. Temo que no me he presentado, soy la Mano de la Comandante, Terix.

Caminó con paso firme hacia Tracie que yacía en el suelo. Con la navaja en mano apuntó hacia su cuello,  le dijo unas palabras al guardia Nic y este salió del salón.

  —Ella ya no nos sirve—de su bolsillo sacó un frasco pequeño, sacó el tapón y lo acercó al cuello de Tracie—, lamento que tendrá que morir,  quizá Lezik que es nuestro dios, la quiera recibir.

  — ¿Morir?— abrí los ojos con miedo, intenté moverme para salir de las ataduras, pero s eme hacía imposible—. ¡No puedes matarla! ¡Ella ni si quiera es de aquí, ella no ha hecho nada! 

  — Ese es el problema, ella no es de aquí. No debe saber de nosotros—Se levantó y estiró su brazo con el cuchillo en mano hacia mi—. Este es tu entrenamiento, si quieres ser Reina, debes aprender a ver a tus seres queridos morir. La matas tú o la mato yo.

Me quedé en silencio pero con la boca abierta. Obviamente no pensaba elegir entre esas dos opciones, por lo que callé. No fue lo mejor. Terix se agachó nuevamente y con la navaja hizo un corte profundo y limpio en el cuello de Tracie. La pelirroja empezó a convulsionar mientras sangre salía de su boca, en eso ella abrió los ojos como platos hasta que los cerró. No pude decir nada en todo ese momento, solo me quedé quieta con los ojos abiertos, con la boca abierta. 

Mi ojos no lloraban, no sentía pena, ni enojo. No sentía nada. No hay sentimiento para explicar el momento que acaba de suceder. Simplemente, Tracie murió frente a mi, la vi desangrarse y no hice nada. Pude ver el temor en sus ojos y el placer en los ojos de Terix. Aún no sabía cómo reaccionar. 

  — Bien—se quitó los guantes con sangre en ellos—. No fue difícil, ¿verdad?

Litzel, la Comandante, entró al salón y al ver a Tracie en el suelo y la sangre alrededor, cerró los ojos. La vi suspirar. Seguida de dos guardias se acercó al cuerpo de la pelirroja, se agachó ante ella y la tomó en sus brazos. El blanco traje de guerrera de Litzel se tiñó de sangre, eso no le importó.

— Lleven a la Heredera a su nuevo cuarto, ya ha tenido suficiente—caminó con Tracie en sus brazos y salió del salón, los dos guardias se acercaron a mi, cortaron la soga y me tomaron en brazos.

Cuando llegamos a mi habitación me recostaron sobre la cama. Se devolvieron a la gran puerta y uno de los guardias se detuvo. Se sacó el casco, dejando ver su gran melena rubia.

—Princesa—se arrodilló en mi dirección—. Lamento lo sucedido.

Cuando el guardia salió, una señora entró por la puerta, vestía como la típica sirvienta antigua. Se acercó a mi y con cuidado tomó mi mano.

—Si me permite, debo alistarla para hoy en la noche.

Solo asentí con la cabeza, aún muy perpleja ante lo que acababa de suceder. Ella me vistió, no alegué cuando me empezó a quitar las ropas. Me colocó un traje de guerrero, (Imagen en multimedia) como si me preparara para una batalla.

Después de que la sirvienta se fuera, me quedé mirando por la ventana el oscurecer, hasta que unos susurros me hicieron curiosear y dirigir mi mirada hacia la gran puerta.
Más que simples susurros era una discusión y pude distinguir las dos voces con facilidad.

—No, es suficiente—la ronca voz de Litzel demostraba enojo—. La dejarás en paz.

—Un trato es un trato, comandante. Usted misma dijo que yo debía entrenarla—la voz de Terix no demostraba emociones.

—Eso no es entrenar—su voz se mantenía firme—. Si sigues así, tendré que desterrarte del reino.

—Sabes que no puedes y es por tu bien, Litzel—la voz de Torix se hizo más inaudible—. A menos que quieras que todos sepan el secreto que llevas ocultando todos estos años.

—No te atrevas a amenzarme, Torix.

Puso fin a la conversación y abrió la puerta con fuerza bruta. La cerró detrás de ella, apoyó su espalda en la puerta y se dejó caer al suelo, sentandose en este.
Le observé en todo momento, pero no parecía percatarse.

—Sé que nos oíste, Sharon—dirigió débilmente su mirada hacia mi y lentamente me levanté de la cama.

Caminé con dificultad, puesto que la armadura que utilizaba no era nada ligera. Al llegar hasta ella, me agaché en su dirección y coloqué una mano en su hombro, tratando de parecer comprensiva.

—No te preocupes por Tracie—señaló—. Sé las ceremonias que les hacen a los muertos en tu mundo y de hecho, ahora, cuando la luna haga aparición, realizaremos aquella ceremonia.

Se levantó con firmeza, abrió la puerta tras ella. Realizó un ademán para que yo pasara primero y caminamos en silencio por los largos pasillos.

—Tienes los ojos y sonrisa de tu madre—habló sin mirarme mientras permanecía con el paso firme tan característico de ella—. ¿Lo sabías?

—Solo la he visto en fotos—señalé—. Murió cuando era muy pequeña, no la recuerdo.

—Sé cuándo murió—iba a levantar su manga del brazo izquierdo pero algo hizo que se arrepintiera y cambiara bruscamente la conversación—. En fin, te espero abajo.

Y repentinamente cambió de dirección al caminar. Justo cuando llegamos al final del pasillo se dirigió hacia una puerta y al pasar el umbral no le vi por horas, hasta la ceremonia.


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⏰ Última actualización: Nov 14, 2017 ⏰

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Wyntell © | PAUSADA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora