Parte 12 - Con estilo

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Todo seguía girando, absolutamente todo. Sobre todo aquella noria del parque de atracciones, los niños reían, la señalaban dejando claro las ansias de aventura y emoción. Más tarde, en las noticias verían aquel asesinato. Pues una mujer entre 20-30 años había sido encontrada por uno de sus pasajeros, la sangre cubría toda la cabina, los órganos de aquella mujer esparcidos por el suelo...

Y él se dirigía a su pequeña cabaña a las afueras de la ciudad, no tenía muy clara la hora que era pero ansiaba estar cerca de su pequeña familia, aunque podría decir que su marido llevaba semanas sin prestarle atención...

Cuando su viejo Jaguar aparcó en aquel garaje destartalado. Decidió que lo primero sería una ducha, realmente la ansiedad había hecho mella en él y necesitaba relajarse. Los crímenes le dejaban un mal sabor de boca, a la vez de un sudor de prepotencia en su cuerpo. La mejor idea era una ducha.

Las horas en el cuerpo de policía no eran tan malas, atrapar a esos criminales no le desagradaba pero... Podía llegar a comprender lo que los llevaba a aquellas situaciones, con tal pensamiento salió de la ducha, una toalla adornaba gracilmente sus caderas. Lo primero que vio fue a sus dos gemelas, sentadas una al lado de la otra en el retrete, pidiendo atención. Las habían adoptado hacía años y realmente ya no daban muchos problemas. Su mano recogió un cepillo que descansaba en la encimera y comenzó a peinarlas. Cepillada, cepillada, nudos, deshacía el nudo con las manos y así siguió un rato más. Hasta que un mechón de pelo se desprendió, la carne cayó con aquel mechón. Mas no cabía preocuparse, pues no era la primera vez que le pasaba, no era la primera vez que lo pegaba a la cabeza de una de las niñas con superglue.

Después de dejar a sus dos pequeñas en el mismo sitio en el cual las encontró, se dirigió a la cocina y un trago de agua bajó por su garganta. Dejó la misma botella de la que había bebido en la encimera, sus ojos revolotearon hasta los armarios, donde esas marcas carmesí dibujaban florituras adornándolos. Realmente había hecho un buen trabajo, sin más preámbulos se dirigió a su cuarto. La puerta estaba cerrada, tal cual la había dejado a primera hora de la mañana. La cama estaba ligeramente revuelta, quizás ligeramente ensangrentada. El hedor de la muerte comenzaba a filtrarse por toda la cabaña, poco podía importarle.

-Buenas noches, pequeño.

Dicho esto, sus labios se rozaron. Aquellos labios fríos y quietos contra los suyos, calientes y resbaladizos... Se tumbó al lado de su pareja y cerró los ojos, recordando aquella fatídica noche...

Realmente su pareja se había enfadado con él, las niñas llevaban todo el día revolucionando y estaba cansado, cansado de tanto ruido, cansado del propio cansancio y entonces tuvo la revelación: Las cosería y obligaría a estar juntas para que así dejaran de pelear...

Cuando su marido vio aquellas pequeñas cabezas cosidas se enfadó, cogió un cuchillo dispuesto a despegarlas. Él mismo también se enfadó, iba a destruir su pequeña obra de arte... Realmente iba a hacerlo, justo cuando el cuchillo se acercaba a las dos cabezas su mano voló hacia el brazo de su pareja, justo en el último segundo. La cuchillada había sido firme y letal, el cuello de ambas hijas sangraba, sus aortas destrozadas... Y entonces su marido decidió enfrentarse a él y a su locura, tras unos minutos de forcejeo constante, consiguió arrebatarle el arma homicida y la hundió en su pecho, la vida se había escapado entre sus manos y aquel al que un día había amado empezaba a tensarse al modo cadáver.

Semanas después, sus propios ojos se iban cerrando lentamente, el cansancio provocaba la audiencia del sueño. Y así dejó que fuera...

Cual fue su sorpresa cuando aquel cuchillo atravesó su garganta, nunca sabría que había pasado, ni quien era su agresor, aún así su último pensamiento fue dirigido a aquellos armarios de la cocina y aquella sangre que los adornaba...

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