9. Viejas costumbres.

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Todo lo que Gael quería estaba lejos de los límites profesor/alumna y, para el caso, lejos de los límites de un chico que hacía películas para adultos que pretendía ser un profesor.

Esto en realidad era una nueva oportunidad de trabajo, que permitía un pequeño ingreso en la economía de su hogar. Aliviando un poco su preocupación de qué iban a comer en lo que quedaba del mes.

Estuvo atónito cuando su vecino le pidió gentilmente su ayuda. Claro que él conocía totalmente a su hermana, Lily, ya que jugaba a veces con su hija, y Gael no pudo entender como él encajaría en un cargo como profesor siendo que no estaba capacitado para ello. El señor Donovan le habló de lo que un reemplazante o un ayudante de cátedra debía poseer para estar en el cargo: lo que era una elevada capacidad de comunicación. Algo que él no tenía ni un gramo.

Siempre fue palabras de una sílaba para cualquiera que preguntaba algo o quería algo. Usualmente la gente que lo conocía no pedía nada de él porque no tenía nada que dar, sin embargo, sabiendo eso, el señor Donovan se aventuró a preguntarle algo muy importante sin tomar en cuenta que él podía cagarlo todo.

Al final, después de tanta insistencia y deliberados argumentos, no pudo evitar ver una oportunidad de trabajo, aunque sólo fuera temporal.

Y ahora ahí estaba, completando unos documentos para el Señor Donovan y, lo más interesante y coincidente que le había pasado nunca, Amelie era su ayudante.

Afirmaba no ser ninguna coincidencia el que estuviera ayudándolo, pero definitivamente que estuviera estudiando en aquella universidad sí.

Y sí, había movido unos cabos para tenerla ahí, cambiando un poco la lista del señor Donovan: algo que tenía el lujo de hacer con su permiso.

Al principio no pudo creerlo, esa chica que había entrado en Jefferson Studio, buscando fama entre un montón de mierda, estudiaba arte dramático. Pero luego se dio cuenta de que Layla estaba a su lado y estuvo más atónito que cuando el señor Donovan dijo algo absurdo sobre ser profesor por unos meses.

Lo que tenía que descubrir era por qué esa chica estaba esa noche ahí. Y por qué quiso huir más rápido de lo que entró.

En ese justo instante ella estaba inclinada hacia adelante, con la mirada en dos hojas distintas haciendo una minuciosa comparación.

Luego de un minuto o dos prosiguió con sus anotaciones. Estaba demasiado concentrada en lo que trabajaba que no se dio cuenta de que él se inclinó hacia ella.

-¿Estás segura de que eso va ahí?

El susto fue demasiado para su exhausta concentración y su mano fue a lo largo de la hoja. Una raya de tinta estragó el documento.

Él no dijo nada más al ver que la chica cerraba los ojos con demasiada fuerza.

Dejó el bolígrafo sobre la mesa e hizo una bola con el papel.

Invocando calma dijo: -Estaba segura de que eso iba ahí, pero ahora ya no.

Él se encogió de hombros.

Ella sólo buscó otra hoja y comenzó de nuevo.

Él se inclinó más cerca y observó su trabajo. No pasó mucho tiempo cuando ella dejó de escribir para mirarlo estrechando los ojos.

-Vas a decirlo de una buena vez -sugirió.

Gael asintió. -¿Qué hacías exactamente en aquel lugar?

No fue necesario especificar, ambos sabían a que lugar en particular se refería. Mucho menos había forma de que ella se olvidara de él. Después de cómo la había sacado de aquel lugar con una fuerza que en aquel momento no fue consciente de que estaba ejerciendo. No maltrataba a las mujeres, cuidaba de ellas y se sintió como un bastardo por haber dejado las huellas de sus dedos en la pálida piel de su antebrazo.

La chica perfecta Donde viven las historias. Descúbrelo ahora