Remembranza 5: El exterior

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Estoy más perdido de lo que creí, he pasado días en busca de agua, sobrevivo con lo poco que me queda, he estado prolongando mi existencia, sé lo que me pasará al final de todo este peregrinar, pero, quiero dedicar mis últimas memorias en estas pequeñas líneas, llámese biografía o carta de despedida, solo quiero dejar algo pequeño, una huella de mi presencia entre el caos del fin del mundo; y he rebuscado en mi cabeza el sentido de hacerlo, y no lo encuentro, al igual que ya no encuentro a nadie, a nada, solo cenizas, y en mi último grito de cordura me pregunto a mí mismo "¿por qué no hacerlo?" al fin que es lo último que haré, todos tienen últimas voluntades, que esta sea la mía.

Al repasar los acontecimientos de mi vida, siempre recurro al hubiera, hubiera disfrutado lo bueno que alcancé a tener, quizá jamás debimos salir de ese bunker, debimos quedarnos con lo más bello que teníamos en ese momento, mi madre, mi padre y mi hermana, forman parte de los últimos recuerdos bellos que me quedan, también son los que más me duelen, los que más mueven mi alma y me hacen sentir que sigo vivo. El día en que nos enteramos que era posible pisar el exterior, no dudamos en poner un pie fuera, y sería nuestro mayor error.

A 24 días del Doomsday— Papá me había explicado que "Doomsday" era una palabra con la cual France Haraldsson se refería a la explosión de la bomba, y significaba "Día del juicio", recordé al hombre que nos robó en el supermercado, realmente deseé que le hayan servido nuestras provisiones —Tenemos información sobre el mundo exterior; ayer a las 8 a.m., nuestro compañero Schulte decidió salir de nuestro bunker con la precaución correspondiente: ropas gruesas, botas y máscara de gas, nuestro corresponsal voluntario llegó hoy con importante información; nos dice que hay una gran capa de humo naranja en el cielo, pocas estructuras quedan en pie, al menos en la calle Amkie, donde estamos ubicados, hay montones de escombros y cenizas, espera no haber pisado a algún ser humano... si deciden salir, deben tener cuidado al caminar, ya que es posible que haya objetos alrededor que sean perjudiciales, además estén bien atentos al frente, pues las ráfagas de viento levantan el polvo de los escombros— Todos escuchábamos atentamente —Por favor radioescuchas, cuídense lo más que puedan, tememos que haya pocos con vida— De nuevo sentí esos nervios que me causaban mareos, además de una opresión enorme en el pecho —Aquí France Haraldsson, deseando lo mejor para todos ustedes—.

Mamá y papá guardaron silencio por unos minutos, yo no sabía realmente qué hacer o decir, la confusión era más grande que mi ahora perdida audacia, me limité a mirar a Pyper jugar con sus muñecas —Debemos salir Imogen— Se dirigió a mi madre, y ella lo miró sorprendida —¿Y qué vamos a hacer allá afuera John?— En ese momento encontré sentido a las palabras de mi madre —¡Vamos a buscar un mejor refugio!, ¡Un lugar donde Erick y Pyper puedan vivir mejor que entre estas paredes apretadas!— ¡Tienen que crecer mujer!— Gritó bastante alterado —No grites John, no aquí—.

Mi madre siempre nos había mantenido al margen de las discusiones que tenía con papá, él era un hombre explosivo, pero mamá lo amaba tanto que soportaba sus peores momentos, su peor actitud, y gracias a ellos, aprendí lo que es amor, y lo que hace que los humanos hagan unos por otros. —Dime John—dijo mi madre con voz pacífica —¿qué van a ver los niños allá afuera?, no quiero que vean todo ese desastre yo...— paró de hablar —Lo verán, y nos perdonarán— contestó mi padre; entonces me animé a participar en su debate —Lo que sea que haya afuera lo veremos, es inevitable, ¿por qué piensan que será su culpa?— sopeso ahora que era el método de educación postmoderno que mis padres aplicaban con mi hermana y conmigo, la manía que tenían los padres en aquel entonces por hacer que sus hijos crecieran en un ambiente apto, lo que son las cosas, nadie les enseñó como criar a dos niños en medio del apocalipsis.

No van a pasearnos por ahí con un antifaz en los ojos ¿verdad?, no estamos ciegos, tendremos que verlo por nosotros algún día de todos modos—. Mis padres se quedaron perplejos, le había dado fin a su discusión, hablaba con frialdad y resignación, no muy normales en un niño de ocho años, pero la situación me arrastró a actuar con un poco de madurez, ya no iba a ser infante, ahora tenía que ayudarles a cuidar de mi hermana, y ser fuerte por mi mismo, las cosas habían cambiado para siempre, y era tiempo de que yo también lo hiciera.

Entonces tomé mi mochila y comencé a empacar de nuevo, justo como mamá lo había hecho por mi al principio, empaqué agua, y esas pequeñas barras de energía, carne seca, y un poco de todo el comestible que habíamos bajado, mi padre siguió después preparando su mochila, y mi madre, aun con la angustia en su rostro, comenzó a vestir a Pyper con ese traje rosa. Cuando terminé, estaba decidido a enfrentar lo que sea que hubiera afuera, papá subió las escaleras en dirección a la puerta metálica, me sentía tan angustiado igual que ellos, giró la gran cerradura, apenas la abrió unos milímetros y mis ojos vieron de nuevo una luz cegadora, producto del último recuerdo que tenía del exterior, los cerré. Y escuché cómo mi padre hacía esfuerzos para terminar de abrirla, escuché el crujir de rocas enormes, y como se recorrían objetos, mi madre corrió a ayudarle, y de un último empujón, se abrió completamente, dejándonos ver por fin, lo que quedaba.

Cuando ya no estemos aquí Donde viven las historias. Descúbrelo ahora