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De regreso en el hotel, ambos caímos rendidos.
Decidimos no volver a salir y pedir servicio a la habitación, ya que moriamos de hambre.
Alrededor de las 8:30 p.m. ya nos encontrábamos en la cama -cabe mencionar que la misma cama, hemos dormido juntos desde los 12 años-, mirando episodios repetidos de Friends que encontramos en la televisión.
Me acurruque más contra Dylan y comencé a quedarme dormida, mientras él seguía más que atento al televisor.
— Hey —me sacudió levemente. Asustandome un poco el sueño.
— ¿Qué pasó? —dejé escapar un bostezo.
— Gracias. Fue el cumpleaños perfecto —me soltó para ponerse frente a mi y quedar a mi altura.
Una sonrisa adormilada se expandió por mi rostro.
— No fue nada —me encogí de hombros levemente—. Haz hecho muchísimo más por mi.
— No es cierto —negó—, y aunque lo fuera, sabes que no lo hago esperando algo a cambio.
— Lo sé. Pero te lo mereces.
Elevé mi mirada a la suya para darme cuenta de que me observaba. Nos quedamos así por unos segundos.
— No es cierto. En todo caso, tú mereces mucho más, eres increíble, no me canso de decirlo —elevó su mano hasta mi rostro y acarició mi mejilla—. Estaría realmente perdido sin ti.
— Yo igual —cerré los ojos un segundo. Disfrutando su tacto—. Se que casi no lo digo, pero eres indispensable en mi vida. Demasiado.
Sentí como mis ojos se llenaban de lágrimas.
— Te quedaste conmigo cuando nadie más lo hizo, incluso cuando me perdí a mi misma —Dylan bajó su mano por mi brazo y cuando su mano se encontró con la mía, entrelazó estas.
— Sabes que volvería a hacerlo, todas las veces que sean necesarias. Siempre.
— Lo sé —cerré los ojos y sentí como el sueño me llamaba—. Gracias por haber nacido.
Dylan soltó mi mano y me atrajo a si, rodeandome con sus brazos.
— Te amo —susurré antes de comenzar a quedarme dormida.
— Yo también te amo, Licy —besó mi coronilla—. No tienes idea cuanto.
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