Tos

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Las maneras de despertar varían dependiendo del individuo.

Aquel día, Neville Longbottom despertó en el suelo de su dormitorio con su sapo, Trevor, cubriendo su cara; Luna Lovegood se levantó en la lechucería envuelta en listones azules y blancos; Ernie Macmillan se sorprendió al abrir los ojos y toparse con un boggar gigante en forma de cobra bajo su cama; y Draco Malfoy, tras una espantosa pesadilla, se despertó tosiendo pétalos de rosa.

Esta última fue la más singular ¿A quién le pasa algo tan atípico como una expectoración de pétalos de rosas? Incluso la curiosa mañana de Lovegood pasa a segundo plano después de eso.

- ¿Qué diantres...?-todavía adormilado, miró la costosa seda que cubría su cama, siendo verde, hacía el contraste de los pétalos rojos muy notorio, y al intentar recogerlos, estos se desvanecieron como una alucinación que iba perdiendo fuerza poco a poco.

Parpadeó repetidas veces y se restregó los ojos con las palmas de las manos, convencido de que aquello sería nada más un efecto colateral de haber tenido una ''espantosa'' pesadilla.

Ya más recompuesto, corrió las cortinas que cubrían su cama y apoyó sus pies en el frío suelo de las mazmorras, permitiéndose sentir ese contacto con el mundo real y deseando desaparecer por completo el rastro de las imágenes oníricas incómodas que le atormentaban sin descanso desde hace tiempo, provocándole amargura incluso antes de comenzar el día.

Compartía dormitorio con Vicent, Gregory, Blaise y Theodore, que al final resultaron ser compañeros decentes, aunque cada quien tenía sus formas y costumbres. Recordaba cuando en los primeros días de convivencia en Hogwarts se vieron en problemas por los ronquidos de Gregory o el olor a comida que siempre provenía del lado de Vicent, pero con un encantamiento silenciador y un escudo impermeabilizante de olores pudieron solucionarlo.

Él, por otra parte, tenía sus propios hábitos, lo que se esperaría para alguien de la calaña de un Malfoy (mago de sangre pura). Desde niño le habían inculcado regirse por un cronograma, un modelo de distribución de tiempo para todas sus actividades siempre presente en su escritorio, junto a sus útiles escolares ordenados y sin una pizca de polvo o suciedad.

Era tan natural para él que no sentía que requiriese ningún esfuerzo. Eso le permitía seguir actuando como si nada pasara.

Su rutina por la mañana consistía en despertarse y seguir una escabrosa sesión de limpieza personal, empezando por una ducha y terminando en la pulcritud de su peinado; después estaba la vestimenta, colocarse firmemente las prendas y concluir con una túnica a la que no se le debería ver ni una sola arruga. Finalmente, revisaría que todas sus pertenencias estén aseguradas y en orden para dar inicio al ciclo escolar. Realizado todo eso, podía dirigirse al gran comedor a desayunar.

La trayectoria hacia su sala común consistía en varios pasillos estrechos y tenuemente iluminados por las lámparas que nunca se apagaban, ya que en las mazmorras resultaba casi imposible que llegase la luz del día, lo más cercano era el reflejo verdoso místico de los rayos del sol que cubrían el lago y que iluminaba la sala común a través de los ventanales de vidrio, aunque extraño, llegaba a ser acogedor. Tal vez en ocasiones podía resultar inquietante detenerse a mirar las abrasivas aguas y las criaturas que raramente aparecían, pero también había días donde era tranquilizador ver a través del cristal un punto indefinido.

Hoy no era uno de esos días.

-Draco ¿Nos vamos?-Pansy Parkinson, su amiga de la infancia, representaba una parte importante de su estadía en Hogwarts, siempre lo apoyaba tanto sus planes como en sus fechorías, puede no tomarse como alguien a quien considerar extremadamente aplicada en sus estudios, pero por ser una Slytherin su astucia y métodos para conseguir lo que desea eran innegablemente determinados.

Draco había aparecido después de todos sus compañeros de cuarto, solía tardar más que el resto por ser tan meticuloso en su apariencia e higiene, pese que en esos días aquello se notara cada vez menos, no obstante, nunca demoraba lo suficiente para llegar tarde a cumplir con su horario.

Justo ahora, las miradas de su séquito estaban puestas en él, esperando por indicaciones o un gesto afirmativo. Draco apreciaba que sea así.

-Sí, vámonos.

Todos lo siguieron, se encaminaron tras él en dirección al gran comedor, de vez en cuando oía a Crabbe o Goyle lanzar embrujos zancadilla a estudiantes de años menores y a Pansy soltando un bufido a su lado murmurando sobre lo predecibles que eran sus objetivos.

La mañana había empezado de forma corriente. Juntos llegaron al gran comedor y tomaron asiento en sus puestos habituales, comenzando a organizar sus platos de forma individual.
El té de luparia, la leche con miel de hadas y los panes rellenos de mermelada de frambuesa bailaban por el largo de la mesa de los estudiantes. Un día como cualquier otro.

Fue entonces que Draco Malfoy levantó la mirada hacia la mesa de Gryffindor. Nada fuera de lo común, un gesto que pudo imitarse por cualquiera.

La única diferencia es que, seguramente, nadie habría tenido un ataque de tos con pétalos de rosas rojas, como él.

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Y empezamos...

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